Después de celebrar el Dia de Sant Lluch en el colegio Herrero, a mis once años de edad, me incorporé a mi primer trabajo profesional, como aprendiz de farmacia, en el que adquirí mi primera gran experiencia vital, que unos años después me sirvió para incorporarme con paso firme a la librería Armengot en la calle de Enmedio, donde oí por primera vez la expresión de els sabuts, sobre todo cuando aparecían referencias de la historia antigua de Castellón. Puede que la lista la encabecera don Luis Revest, aunque los contadores solían seguir este orden al hablar de ellos: Salvador Guinot, Ricardo Carreras, Ángel Sánchez Gozalbo, Carbó, Carlos G. Espresati, Traver Tomás, Gimeno Michavila, Bernat Artola, Santa Cruz Tejeiro, el pintor Porcar y los siempre más jóvenes Germà Colón y Sánchez Adell. También el boticari Vicent Calduch. Y siempre Revest, claro está.

LA PLAÇA. El pintor Juan Bautista Porcar, es el autor de este mágico dibujo del antiguo Castellón que ilumina la página. Y es que la zona urbana que gira en torno a la plaza Mayor y a la iglesia de Santa María fue desde los orígenes de la villa el centro vivo de ésta y escenario no solo de las principales actividades económicas sino también de las instituciones representativas de lo que se conocía como la «vida oficial» de la ciudad, aunque se trata de la zona que ha sufrido más intensa transformación desde la Edad Media. Si por urbano entendemos el entorno y el ambiente que el ser humano crea cuando vive agrupado y desarrolla sus actividades sociales, ese entorno que agrupa el dibujo, era y ha sido siempre el foco de una intensa actividad y de vida. En realidad se trataba de varias pequeñas plazas situadas alrededor de la iglesia; como han repetido siempre una y otra vez els sabuts, con especial referencia a la feria y mercado que allí se celebraban y al fossar o cementerio situado en uno de los lados de aquel espacio.

Y es que hasta que en 1806 y por iniciativa del ingeniero y gobernador Bermúdez de Castro, el cementerio fue mudado al solar donde más tarde se trazaría el parque de Ribalta, el primitivo cementerio estuvo situado en un lateral de la plaza inmediato y ocupando parte de él, al emplazamiento del actual edificio del Ayuntamiento. El entonces cronista de la ciudad Sánchez Adell, ha afirmado siempre que su uso tenía el precedente de la alquería musulmana de Benirabe y que situado extramuros de un primer recinto de la villa cristiana, quedó englobado en el interior de la misma cuando se llevó a cabo la ampliación que trasladó la muralla hasta la calle de Enmedio.

En los primeros años del 1400, aunque hubo ya una primera intención de trasladar el cementerio, solamente se hizo una ampliación comprando casas y corrales de aquel entorno. Pasaron desde entonces cuatrocientos años para que se cumpliera aquella primitiva intención, mientras los vecinos tuvieron que ir soportando los molestísimos olores.

EL CEMENTERIO. En 1860 fue inaugurado el tercer cementerio de Castellón bajo la denominación popular de Garroferal del Mut, no aludiendo a los que allí descansan sino al hecho de que los terrenos fueron vendidos por un vecino llamado José Mut.

Otro acontecimiento de la Edad Media en Castellón fue la instalación del primer reloj público. Lo cierto es que, por aquel entonces, las personas vivían bastante despreocupadas de la medición del tiempo. Los gallos se encargaban de anunciar la aparición de la luz solar. Y las sombras de la noche dividían primariamente el ciclo diurno en un tiempo de trabajo y otro de descanso. El labrador castellonense lo tenía claro, al parecer. Aunque los relojes de sol eran conocidos desde la antigüedad, las gentes medievales adaptaron su vida a la división cronológica del día marcada por las horas canónicas que regían la actividad monástica y eclesial. El día estaba dividido canónicamente en ocho periodos de tres horas, que comenzaban con el toque de las nueve de la tarde. Y es que los toques de campana no solo servían para regular la vida religiosa, sino también la propia vida civil. Hay gran curiosidad de que en la documentación medieval castellonense es también frecuente la alusión al toc del seny del lladre, como toque de queda en épocas de inseguridad. Els sabuts mencionaban el tema muy a menudo.

Lo cierto es que la generalización del reloj mecánico de pesas y campanas vino a representar el símbolo de que la modernización de la vida comenzaba a convertir al ser humano en un esclavo de la medición del tiempo. Esta novedad llegó también muy pronto a Castellón. El propósito de instalar un reloj público, es un acuerdo del consell municipal de 7 de diciembre de 1389, en el que se concretan ya algunos acuerdos con los relojeros de la época, en torno al instrumental que había de instalarse en la iglesia. Lo que quedó muy claro es que todo el funcionamiento de la instalación, debía correr a cargo del pesador de la farina. Tenía que dar las horas con el auxilio de una ampolleta o reloj de arena.