Aunque los primeros intentos y proyectos empezaron unos años antes, es de rigor el citar al de 1953 como el año primero del Sanatorio que, al principio, comenzó por llamarse el Hospital del Collet, en alusión al paraje premontañoso del Bovalar, del término municipal de Castellón. La verdad es que en 1942, en el centro de la ciudad de Vila-real apareció el primer sanatorio de la provincia, en plena expansión de sanatorios y dispensarios creada por el Plan Nacional Antituberculoso, es decir, el PNA.

--«La convivencia de personas con diversos estados inmunitarios, la falta de higiene y de alimentación apropiada, originaron diversas epidemias como la de tracoma, fiebres tifoideas, tifus exantemático y, sobre todo, la tuberculosis pulmonar», dejó escrito el neumólogo don Juan Guallar Segarra, que fue director médico desde 1965 hasta 1975, sustituyendo a los primeros responsables, que fueron también médicos especialistas y directores, don Jesús Camino, don Antonio Damiá, don Vicente Puig y después el doctor Suay.

ANIVERSARIO. Al cumplirse los 50 años del que nosotros bautizamos como el «Hospital más humano», entre 2003 y 2004, los responsables de la conselleria de Sanidad de la Generalitat Valenciana, Vicente Rambla y Manuel Cervera fueron quienes nos eligieron al periodista Joaquín Górriz y a mí mismo para escribir y editar un libro al conmemorarse los 50 años y ser la institución política la que corría con todos los gastos de esos acontecimientos y tenía derecho a elegir. Funcionaba como director médico en aquella época don Alejandro Suay, apoyado como siempre por experto personal médico y administrativo y por las monjas.

LOS AÑOS. En el de 1918, el 30 de julio concretamente, nació Juan Guallar Segarra en la vivienda familiar de entonces, casi a la sombra del Campanar. Antes lo había hecho su hermano José, también médico.

En la mente y en el anecdotario han aparecido siempre vivencias de juegos y de seres humanos en el escenario de la calle Caballeros, con apariciones en la calle Mayor y, ya con el tiempo, en la céntrica calle de Enmedio, moderna vivienda y consulta del padre y vecindad con la familia del legendario doctor Clará, que agrupaba en su entorno y en el de su nieta Clara a los chicos y chicas que vivían entre la Puerta del Sol y las Cuatro Esquinas.

José y Juan estudiaron medicina en Valencia, como su padre, y también muy juntos vivieron el estruendo de la guerra civil, compartiendo un tiempo parapeto y trinchera en los sucesos de la Sierra Espadán. Fue después de terminado el conflicto bélico cuando pudieron colgar sus orlas como profesionales de la medicina, ambos con premios extraordinarios de carrera. La luz del famoso doctor Rodríguez Fornos, fue decisiva para iniciar sus caminos. El de Juan conducía a la neumología --vocación tisiológica, decía él--, y también al Cuerpo de Inspectores de Balnearios, provocado tal vez por aquellas temporadas de vacaciones en Benassal.

El 10 de mayo de 1948 contrajo matrimonio en Valencia con María Petra Ballester Baynes, fruto del cual nacerían sus hijos: Elena, el también neumólogo Juan --hoy mi especialista--, después Cristina, Margarita, el farmacéutico Rafael, José Pedro, el médico y Verónica, siete en total.

Bueno, en aquel tiempo tan feliz para nosotros, cuando yo ya había vuelto a incorporarme como colaborador de Mediterrráneo con mis Seres Humanos y El Humo de los Barcos, tuve la suerte de encontrar en el doctor Juan Guallar Segarra, una ayuda indispensable para nosotros para intentar dominar el tema en toda su extensión, hechos y personas.

Entre los muchos fogonazos de la memoria, recuerdo que Guallar ha estado cerca de la santidad de una monjita, con calle a su nombre en el parque del científico Royo Gómez, en Castellón. Me refiero a Sor María Teresa González Justo, aquella que en el propio sanatorio, se distinguió por animar a sus hermanas compañeras con aquello de «¡No seas tonta, hagámonos santas…!». Y es que Sor María Teresa dio a conocer a todos los demás que hacía extraordinariamente bien todas las cosas, y eran muchas las que hacía. La verdad es que, en nuestras visitas al sanatorio, recorriendo una y cien habitaciones, nos acogió en todo momento el viento cálido de buen número de diligentes enfermeras monjitas, Hermanas de la Consolación a las que el enfermo poeta Enrique Hueso les dedicó un homenaje poético, donde agradecía a las monjitas con aquellos versos:

Guiadas por caridad, / cariño y abnegación, / asumían con ilusión / toda responsabilidad.

No hay que olvidar a los varios representantes del personal sanitario y administrativo, igualmente y de modo muy especial en lo referente al sacerdote alcorino mossen Joaquín Amorós, el que fuera tan amigo de todos, enfermos y visitantes, además de profesor en el Instituto Ribalta.