El enoturismo se ha convertido en los últimos años en una de las ofertas complementarias más interesantes en Castellón. Lo que empezó, hace solo unos años, como una iniciativa particular de un reducido número de bodegas del interior, poco a poco se va consolidando con más oferta y más clientes. Y eso que todo el mundo en el sector coincide en que queda camino por recorrer y que, si se hacen bien las cosas y hay una estrategia clara, el número de turistas que brindan con vino de Castellón podría llegar a multiplicarse en poco tiempo.

Barón d’Alba, en les Useres, fue una de las primeras bodegas que en Castellón se dio cuenta del potencial del enoturismo. Lo que empezó con unas cuantas visitas esporádicas se ha convertido en una línea de negocio más y solo durante el último año ha recibido a más de 5.000 personas. «Cada año hay más demanda y en estos momentos para una bodega como la nuestra es una línea de negocio que empieza a tener un peso importante», apunta su gerente, Sergio Garrido. Buena parte de los turistas que pasan por Barón d’Alba son de Castellón y de Valencia, aunque en verano se disparan las cifras de visitantes madrileños y también internacionales, sobre todo, ingleses.

Vicent Flors, de Bodega Flors, también defiende que las visitas guiadas son una «excelente» promoción. «Hacemos rutas y enseñamos a la gente lo que hacemos y eso es fundamental para que se nos conozca y valore», sentencia.

Donde el enoturismo también está dando alegrías es en Bellmunt-Oliver Viticultors. «Cada vez va a más y para nosotros es esencial. En general, la persona que entra en nuestra bodega nos conoce y sabe cómo trabajamos, se enamora de nuestro vino y cuando va a cenar a un restaurante nos reclama», apunta su gerente, Víctor Bellmunt.

Las visitas guiadas van bien, pero en el sector nadie esconde que podrían ir mucho mejor. Y una de las claves pasa por aprovechar el tirón turístico de Castellón. La carrera no ha hecho más que empezar y el reto ahora es atraer la atención de los miles y miles de turistas que cada año veranean a muy pocos kilómetros, en Orpesa, Benicàssim o Peñíscola.