En la primera página de mis conversaciones con el inmenso guitarrista Francisco Tárrega, ya dije que había nacido en Vila-real el 21 de noviembre de 1852 y está enterrado en el cementerio municipal de Castellón. Aunque lo cierto es que su personalidad se ilumina para mí cada mes de septiembre con motivo de la celebración del Certamen Internacional de Guitarra en Benicàssim, desde el año de 1967, en que comenzó a celebrarse. Con altísima participación de guitarristas de todo el mundo, así como muy capacitada y de altísimo nivel la composición de cada jurado.

MANUEL CUBEDO. En su composición recuerdo que se incluyó hace ya gran número de años al castellonense Manolo Cubedo, el que fuera también gran concertista de guitarra. Hace unos sesenta y tantos años y cuando éramos adolescentes, tuvimos la oportunidad de coincidir en la preparación de algunos festivales benéficos y para entidades recreativas y de juventud. Cubedo ofrecía a la guitarra versiones de obras de Francisco Tárrega, con intervenciones en verdad memorables. Yo me limitaba a recitar poemas de autores nuestros o a dirigir algún juguete teatral. Lo cierto es que Manolo Cubedo me invitó a acompañarle a la casa de Tárrega en Castellón, donde vivían la hija y algún que otro descendiente y donde el maestro estaba, cuarenta y tantos años después de morir, todavía presente en aquel lugar que recuerdo como un sueño. Bustos, guitarras, partituras, programas, cartas personales, fotografías…

Ahora comprendo al Manuel Cubedo de 18 años, lívido, tembloroso, sumamente emocionado, teniendo entre sus manos una partitura original de alguna de las obras de Tárrega. Y ahora recuerdo aquellas cartas, sobre todo una de Víctor Hugo agradeciéndole su participación en el magno festival celebrado con motivo del centenario de Calderón, en el que se habla de nuestro maestro como «el Chopin de la guitarra», frase que se ha repetido muy a menudo, o aquellas confesiones de quienes habían estado creyendo que solamente Sarasate con su violín podía producir armonías que transportaban el alma a otras esferas, o de quienes imaginaban que nadie como Rubenstein tenía esa facilidad única en la ejecución, esa maestría en el arte que le hace dominar el piano hasta el punto de hacerlo hablar, afirmando a continuación que don Francisco Tárrega conseguía con su guitarra las armonías más dulces, las voces más celestiales que instrumento alguno pudiera producir, saltando por encima de todo lo oído hasta su llegada, haciendo sentir misteriosas impresiones casi lúdicas, incalificables.

Bueno, buscando entre los papeles antiguos se encuentra que son muchos los que afirman que fue Fernando Sors quien elevó la guitarra española a nivel de arte con anterioridad y que los discípulos de Tárrega como Llobet, Emilio Pujol, Daniel Fortea y otros como Andrés Segovia, Joaquín Rodrigo o, incluso, Narciso Yepes, han estado siempre orgullosos de serlo. Aunque no es aventurado afirmar que Tárrega es el auténtico creador de la escuela moderna de la guitarra, por su forma de puntear con los dedos y cosas así, de ese tipo.

Pero no hay que olvidar que la guitarra ha sido un instrumento creador de arte durante cientos de años, fue a principios del siglo XIX cuando alcanzó gran esplendor con Manuel García, conocido como ‘padre Basilio’, el introductor del punteado a la guitarra con los dedos, en lugar de rasgueado, aspecto singular.

CONVERSACIONES. El primer día de mi atención vital y artística del guitarrista Francisco Tárrega, ya hablé de su lugar de nacimiento en Vila-real, pero dije poco de sus obras y su técnica. Y es que afirmaba que cuando tenía necesidad de plasmar o desarrollar un tema o una idea, le avasallaba imperiosamente. Nunca lo hacía por sistema, como compositor profesional. Y es que Tárrega huía de huecas retóricas constructivas en un afán por aproximarse, digamos que humanamente, a la calidad expresiva de la guitarra.

Estoy seguro de que contemplando las obras del maestro desde la perspectiva de los años del Certamen Internacional de Guitarra de Benicàssim, sería fácil inclinarse por alguno de sus Preludios, por los Recuerdos de la Alhambra, quizás por Lágrima, por el Capricho Árabe, pero cuando yo le pregunté en mis conversaciones, él me puso el acento en su Danza Mora. Y que la concibió bajo la evocación de una noche pasada en Argel y que se atrevería a decir que se trata de su obra más lograda, aunque de difícil ejecución, que requiere virtuosismo y temperamento de artista. Sí, afirmaba, que se trata de una obra típica en su carácter. Yo digo que siempre se ha considerado como una obra de muy importante variedad melódica.

A lo largo de amplias conversaciones con un artista con las características de Tárrega es inevitable que el entrevistador le pregunte si él se consideraba antes compositor que intérprete. Y su contestación iba siempre acompañada de una amplia sonrisa: «No, no, ni mucho menos. Mis composiciones, mis transcripciones, eran como un juego para mí. Es cierto que en alguna de ellas puse mucho entusiasmo y me produjeron grandes desgarros vitales. Pero he de aclarar de una vez que yo me considero, sobre todo, un intérprete y en ese sentido estoy muy satisfecho de lo conseguido. Interpretando a la guitarra he vivido los momentos más intensos, luminosos y más felices de mi vida».

Hay que recordar también, por consiguiente, su técnica como intérprete. Me refiero a la colocación de las manos, articulación de los dedos y, sobre todo, al empleo sistemático del dedo anular de la mano derecha. Y es que, como decía el maestro, todos estamos obligados a hacer bien aquello que estamos haciendo.

Me atrevo a cerrar la página y quiero recordar que como ya dijo Francisco Tárrega: «la voz de la guitarra debe ser algo entre lo humano y lo divino».

Casi nada… ¿De acuerdo?