Con tan solo tres años, Míkel tenía problemas con su tutor y eso a sus padres les extrañaba. Dos años más tarde empezaron a pensar que el pequeño sufría falta de atención y aunque el test de CI era a partir de seis años, se lo realizaron. El resultado fue de 127.

Tras llevar estas pruebas al colegio, no les creían. «Siempre nos han dicho que no le pasaba nada, que el niño estaba perfectamente», afirma el padre del menor, Carlos Nicolau.

Cuando cumplió seis años, el test se volvió a repetir dando un resultado de 131, con parámetros de un adolescente de 15 años. Frente a esto, «el colegio no daba soluciones y el único remedio ha sido cambiarle». «Cada semana recibíamos notas malas y ni una buena», se quejaba Nicolau, incidiendo en que «es necesario valorar lo que se hace bien».