Nos despierta la luz del sol entrando por la ventana. Hace un maravilloso día de Pascua. Es una pena que no podamos salir de casa. Pasear por la avenida Ferrandis Salvador, picar algo al llegar a Eurosol y comer un arrocito en Playachica sería genial. Pero no lo vamos a poder hacer. Estamos confinados. Castigados. Recluidos. Ya llevamos un mes así. Desayunamos café con leche y ensaimadas. Amén de un zumo de naranja. Bajo a mi perrita y nos ponemos con las tareas de la casa. Los niños hacen las camas y pasan la aspiradora. María y yo ponemos una lavadora y vaciamos el lavaplatos. Todo sigue igual. Una de las tabletas ha muerto. No carga. No ha aguantado el tirón de estos días y ha dicho basta. ¡Bendita tecnología!

La prensa viene cargada de animaladas. Barbaridades gubernamentales. Soplapolleces pseudoimaginativas. Leo que el desgovern valencià ha habilitado un portal que recomienda a los jóvenes el consumo de porno feminista durante el confinamiento. A fin de cuentas si un jovenzuelo se la quiere cascar, si quiere jugar al cinco contra uno, darle a la zambomba, romperse el frenillo o zurrase la badana es importante que lo haga con perspectiva de género.

Siguiendo para bingo leo que los hospitales de campaña que la consejera de Sanidad debió poner en marcha el pasado 3 de abril continúan vacíos, sin actividad y encharcados. Solo son una gran tienda de campaña, húmeda y sin solución de continuidad. Canto línea cuando leo que la bronca política dificulta que todos los partidos españoles vayan a una contra el covid-19. Me pregunto en manos de quién estamos y me echo a reír. Solo el humor nos hará libres.

Cuando hago la siesta del borrego, al solecito del mediodía, en la terraza, con mi sombrero Panamá cubriéndome la cabeza, sueño con que todos los políticos de Castellón donan la mitad de su sueldo para comprar mascarillas, test, guantes (de los buenos) y todo el material necesario para que los ciudadanos de a pie podamos volver al trabajo, cuando sea, con las mínimas garantías de seguridad e higiene.

Al despertar me apresuro a comprobar algunos datos en Internet y a hacer las cuentas. Solo con que lo hicieran los concejales del ayuntamiento de Castelló alcanzaríamos los cuarenta mil pavos mensuales. Cincuenta mil si los asesores nombrados a dedo también donaran la mitad de su nómina. La cifra superaría con creces los cien mil euros al mes si los diputados provinciales se sumaran a esta iniciativa. Y casi a los doscientos mil si sus asesores, que son legión, fueran coherentes con sus jefes. La cifra sería millonaria si los políticos y politiquillos, asesores y asesorcillos, de todos los grandes municipios de Castellón hicieran lo mismo.

Suelto el lápiz y sonrío. ¿Los políticos donando la mitad de sus sueldos por el bien común? Eso habría que verlo.

Para comer preparamos arroz a la cubana. Con su huevo frito, su tomatito triturado y sus ajitos. De postre tomamos melocotón en almíbar y piña en lata. Durante la sobremesa, mientras los niños juegan en su cuarto, mi mujer y yo vemos el telediario, charlamos de lo divino y de lo humano y acabamos entrando en Google para ver un poco de buen porno feminista. A fin de cuentas, si lo recomienda el gobierno valenciano, en plena pandemia, tal vez esté ahí la salida a todos nuestros males. A las ocho salimos al balcón a aplaudir. Si no nos aplaudimos entre nosotros, ¿quién lo hará? Ha pasado un día más sin que escriba una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor