El despertador suena a las 6.30. Mi mujer tiene que ir a trabajar. Veremos qué pasa. Las noticias no son buenas, es más, son alarmantes, trágicas, pese a la visión edulcorada que los medios afines al Gobierno tratan de imponer. Los niños juegan con sus tabletas. Las gemelas tienen ganas de Minecraft y Brawl Stars, así que los cuatro se pasan horas enganchados al ciberespacio. Desayunamos zumo de naranja recién exprimido, café con leche y valencianas. Las magdalenas han muerto. Viva las valencianas.

Me doy una vuelta por las redes sociales y veo que los mamporreros progubernamentales siguen defendiendo que todo se está haciendo bien. Que no se puede criticar la nefasta gestión que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias están haciendo de esta catástrofe. Que vivimos buenos tiempos para la lírica, vamos. Me entran ganas de vomitar. Citaría aquí sus nombres, pues son personas de sobra conocidas, pero sé que no debo. Mi mujer se pillaría un cabreo de tres pares de cojones. Ella es la voz de mi conciencia. No sé en cuántos líos me metería si no fuera por su templanza.

A media mañana nos ponemos con la partida de Risk que dejamos a medias ayer. Tiene pinta de ser de las que duran días. Mi hijo menor tiene como objetivo destruir los ejércitos del mayor. Se masca la tragedia. Yo debo acabar con los ejércitos del pequeño. Todos estamos lejos de ganar la partida. Cuando escribo esta columna, aún no hemos terminado.

A las 13.00 horas me echo la siesta del borrego. Sueño con un mundo mejor. Uno en el que los valencianos tenemos un vicepresidente del gobierno autonómico (y consejero de Servicios Sociales) que de verdad se preocupa por nuestros mayores. Que no pierde el tiempo hablando de otras cuestiones en plena pandemia. Que se mantiene perfectamente informado de las necesidades de todas y cada una de las residencias de la tercera edad de su comunidad. Que las conoce bien. Que atiende a sus gestores día sí y día también. Que sabe sus nombres. En definitiva, que hace su trabajo de forma excepcional. Que las dota de las medidas necesarias contra el covid-19 y que, gracias a ello, no tiene que lamentar apenas fallecimientos. Que ha cumplido sus promesas y ha velado por los intereses de la gente y ha logrado, tras cinco años en el cargo, que el cuidado de los mayores en la Comunidad Valenciana sea ejemplar. El mejor de España. El mejor del mundo. Pero me despierto. Siempre acabo despertándome. ¡Joder!

A la hora de comer preparo un arroz de verduritas y costilla. Delicioso. De hecho es la madre de todos los arroces, en lenguaje belicista de la época Bush. Después nos sentamos delante del televisor y nos metemos entre pecho y espalda un par de películas de Netflix. La plataforma ha estrenado una docena de títulos. Ha visto la oportunidad que le ha brindado esta cuarentena y no la ha desaprovechado. Aquí el que no corre vuela. Y el pájaro, a la cazuela. No pongo la serie Ozark porque quiero verla con María.

Por la tarde juego una partida de Monopoli con mis hijos y después hacemos abdominales. Casi me rompo mientras ellos se ríen. Son fuertes como una roca. Los miro y recuerdo mi infancia. Son felices. Están sanos y son aplicados en casa y en el colegio. El día que decidan hacer una trastada será de las gordas, de las que parten la pana.

Cenamos algo ligero y nos acostamos a dormir. Mañana será otro día de la marmota y yo, desde esta humilde columna, seguiré narrándola. El día termina sin que haya escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor