El cierre perimetral de Castelló y Vila-real conlleva paradojas que afectan a la facturación de aquellos negocios que, en principio, no están afectados por las restricciones vigentes. Esto es lo que le pasa, por segundo fin de semana consecutivo, a Carlos Melero.

Tiene una tienda de alimentación en la zona de Perpetuo Socorro, dentro del término de Castelló, aunque muchos de sus clientes proceden de Almassora, cuyo límite se ubica a apenas 25 metros de distancia. Por cerca que estén, estos compradores no pueden acudir el fin de semana, que suele ser el momento preferido para muchos para cargar las neveras. Romperían el confinamiento a pesar de la proximidad.

El responsable del establecimiento, un súper de barrio de los de toda la vida, explica que los clientes “se han tenido que adaptar, de modo que los de Almassora acuden el viernes por la mañana”. Así no cruzan el límite y evitan infringir la norma. “Por el momento en esta zona hay menos vigilancia que en otras partes”, detalla, pero aún así prefieren evitar sustos. También agradece el comportamiento de esta clientela fiel. “Si hubiera sido necesario, nos hubiéramos planteado hasta llevar la compra en la frontera a quien lo necesitara”, menciona. Por el momento no les ha hecho falta

Hasta la llegada de la pandemia, los límites entre localidades nunca han supuesto un problema. Cuando uno va a comprar no es consciente de que cruza una línea, hasta que ocurrió el primer confinamiento. “Esto fue lo más fuerte que nos pasó, una locura”, recuerda Melero, ya que en esa ocasión fueron casi dos meses de impedimento. El negocio tuvo que adaptarse para atender a determinados clientes, o a la hora de adaptar sus horarios al confinamiento. Luego llegó la relativa normalidad hasta el nuevo cierre perimetral de los fines de semana. De experiencias como esas iniciaron la medida de preparar grandes pedidos a domicilio, y ahora participan en la iniciativa de Cistella en Castelló. Pero el centro de su negocio es la actividad presencial, que pasan por los pasillos y pagan en caja.

Las únicas veces en las que Carlos ha sufrido el efecto de pertenecer a una ciudad y estar tan cerca de la vecina es cuando hay festividades locales. “Cuando estás en el medio lo que suelo hacer es abrir hasta mediodía”, indica.

Tanto para él como para muchos pequeños empresarios, no hay duda de que estos meses “son muy extraños”, con cambios de normativa continuos y el control de aforo. “Nosotros no podemos tener a más de 8 personas en el interior del local, y lo cumplimos a rajatabla”, dice.

Durante estos días, un vecino del Raval Universitari puede hacer un largo paseo hasta la playa del Gurugú, pero en el área de este supermercado no se puede tener contacto con gente situada a escasos metros. Las medidas contra la pandemia no entienden de este tipo de cercanía.