Amanece, que no es poco, como en la película de José Luis Cuerda. A esta España nuestra poco le falta para ser la delirante tierra que el cineasta imaginó en la sierra de Albacete.

Desayunamos leche y café, pero nada de Góngora, pues hoy no tengo el cuerpo para Góngora. Tal vez para Faulkner, William Faulkner, pero no para Góngora.

A las 9.00 bajo a mi perrita y me acerco a comprar el pan y el periódico. El quiosco está muy animado. Se nota que ya es fin de semana y la gente quiere leer la prensa deportiva, supongo que para saber si ayer ganó el Barça o el Madrid. Los intelectuales apenas sabemos nada de deportes, pues no tenemos nada que perder. Cuando regreso a casa leo el diario y veo que aquí sigue sin dimitir nadie. ¡Presidente, todos somos contingente pero tú eres necesario!

Como no hay deberes, me echo la siesta del borrego desde bien temprano. Sueño con un país curioso. No sé si mejor, peso sí curioso. Uno en el que los cargos públicos (concejales, diputados provinciales, consejeros autonómicos, etc...) tienen que aprobar dos exámenes anuales. Uno versa sobre sus habilidades, competencias y demás. Es muy difícil. El otro sobre los conocimientos adquiridos con respecto a la materia que gestionan. Y si no los aprueban… ¡A la puta calle! Y accede a ese cargo alguien más leído.

En este mundo soñado, los votantes saben antes de la jornada electoral qué individuos serán nombrados ministros con cada gobierno. Así no hay sorpresas. Si el presidente electo quiere colocar como ministro de Sanidad a un capullo mediocre, por ejemplo, y así contentar a no sé qué familia del partido, lo tiene que decir antes de que los ciudadanos introduzcan sus papeletas en las urnas.

Respecto a los secretarios, asesores y demás fauna política de medio pelo, la cosa también es harto curiosa. Se les imponen los mismos criterios de valoración y se les exigen los mismos objetivos que a los mandos intermedios, jefes y jefecillos, de la empresa privada. El que vale, vale. Y el que no… ¡A la puta calle!

En fin. Me despierto de buen humor. Es normal, ¿no? Como dicen en la película de Cuerda: Calabaza, yo te llevo en el corazón.

Para almorzar cortamos taquitos de queso y jamón. Ya sé que el buen jamón se corta en finas lonchas y no en tacos. No es necesario que ningún nuevo rico venga a leerme la cartilla. Pero es que con esto de la crisis coronavírica, el jamón es solo eso, jamón. Y lo cortamos como nos sale de los cataplines. Los niños llevan jugando a Minecraft con Gabriel y las gemelas desde hace un par de horas. Les dejamos ir a su aire. A fin de cuentas, es fin de semana.

Y no quiero hablar hoy de Dostoievski, en este particular homenaje José Luis y su Amanece que no es poco. En lugar de eso, continúo con mi diario.

Para comer preparo un arrocito. Con su costilla, su alcachofa, sus tirabeques, judías y ajitos tiernos. Me encanta poner ajitos tiernos en el arroz. Le dan un sabor estupendo.

Por la tarde seguimos viendo Westworld. Estamos a punto de acabar la segunda temporada. Mi mujer ya ha desistido. Dice que esta serie va a su bola y que no hay quién la entienda. Pero a mí me tiene enganchado.

A las ocho salimos a aplaudir. Que no decaiga.

Y así pasa un nuevo día sin que haya escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor