Doña María Moliner me lo aclara. Una Venta es una posada, generalmente en despoblados, para hospedaje y atención gastronómica de los viandantes.

Yo pretendo hablar de las Ventas de Castellón. Y lo hago desde la redacción del Periódico o desde mi despachito en el entorno de la avenida de Casalduch. Y me temo que hablar de terreno despoblado es confundir al lector que aquí se acerca. Y no es mi deseo.

Así que para aclararlo, cito los nombres de varias de las ventas que en otro tiempo tenían una gran significación y una actividad extraordinaria en Castellón. Son la Venta Nova, la del Peix, la Venta del Borriolenc, la legendaria Venta Cumbeta, la de les Figueretes, la Venta Rosita…

Mi personaje es el señor Pepe Alcón, es decir, José Alcón Sorolla, nacido en Vistabella y cuyos ecos de su venta estaban en los alrededores del primitivo CUC, el Colegio Universitario de Castellón, cerca de donde luce ahora la Universitat Jaume I, en la mismísima carretera de Borriol, y como ya integrada en el legendario y poblado Grupo del Roser.

PUERTO PRÍNCIPE // “Es muy fácil de explicar --aseguraba el señor Alcón--. Era una especie de taberna y yo estaba en el mostrador y, además, como en sus alrededores había tierra de labranza, también me dedicaba a trabajarla. Mi mujer, Montserrat, era la que se ocupaba de la cocina y mis hijos también nos ayudaban, ellos son los que servían en las mesas”.

Antiguamente bajaba de los pueblos bastante gente con carro para comer. Y después, muchos empresarios y bastantes trabajadores de cierto relieve, también para comer olla y callos. Es lo que más se pedía. Pero sobre todo los fines de semana es cuando más público había en la venta. Estaba muy bien visto en aquella época. La venta se llamaba en realidad ‘Venta Puerto Príncipe’, aunque los castellonenses la conocíamos como ‘Venta El Borriolenc’.

Todo empezó por la decisión del suegro al comprarla. La llevaba entonces Miguel Barrachina, el padre del muy popular Darío, el del Bar Clavé. Después de la guerra perteneció a un tal Juan Vicente, suegro del torero Cubedo, y ya más tarde al señor Alberto Pitarch, el suegro de Pepe Alcón, que la compró poco después de los años cuarenta. Al tiempo, ya fue cosa de la familia Alcón, marido y mujer, y de sus hijos.

LA VIDA // Hijo de José y Saturnina, en Vistabella nació José Alcón Sorolla el 19 de febrero de 1917. También de allí es Montserrat Pitarch Arnau, que nació casi tres años después, pero que coincidieron mucho de niños, asistieron muchas veces a los bailes y saraos que allí se organizaban, y se hicieron novios. Por eso bajaron juntos a Almassora, donde se estableció el señor Pitarch, aunque no tardaron en ir viniendo a vivir a Castellón, ya que aquí contrajeron matrimonio en la iglesia de Santa María, el 29 de octubre de 1942. José Alcón y Saturnina Sorolla, los padres del novio, asistieron a todos los actos con Alberto Pitarch y Josefa Arnau, los padres de la novia. Casi media población de Vistabella estuvieron presentes, incluidos, claro, los testigos, Serafín y Francisco. Con ganas de trabajar y con muy buena armonía, es lógico que fueran apareciendo cinco hijos Alcón-Pitarch. En 1944 lo hizo el mayor, José, todavía en Almassora. Como Montserrat, Manuel, Alberto y Juan Antonio, que ya lo hizo en la venta, en 1954. Venta que permaneció abierta hasta los ochenta, aunque el señor Alcón, acompañado por su esposa, siguieron viviendo allí, obligados por la tierra que había que seguir cuidando y donde predominaban los naranjales.

EL BORRIOLENC // Aunque el establecimiento lo cerraron, allí se quedaron a vivir los Alcón. La venta dejó de ser pública y pasó a ser familiar. Era un lugar tranquilo y cargado de historias humanas. Lo que pasa es que también muy apetecible para los profesionales de lo ajeno y acabaron por abandonarla y venirse a vivir a la ciudad. Cuando fue derribada por necesidad de la creación de nuevas comunicaciones por carretera, les quedó a todos un recuerdo sentimental, entrañable. Y es que, al ir casándose los hijos, los banquetes de boda, los bautismos y las celebraciones por la comunión de los más pequeños, allí se celebraron. Los Alcón iban allí todos los domingos a comer en familia, padres, hijos y nietos. Un día supieron que era el último en que podían ir y la venta fue no solamente un recuerdo, sino una leyenda para todos. Una leyenda cargada de historias.

Al ir recogiendo todos los trastos y cachibaches fueron apareciendo tantos y tantos recuerdos. Fue muy emocionante para toda la familia, que acabó trasladándose por grupos en el centro de la ciudad. Cada cual en su casa o en su piso, en su propia vivienda.

EL GRUPO ROSER // En el libro que patrocinó el Ayuntamiento sobre la historia del Grupo Roser, se habla también de los bares, tabernas y ventas del entorno, especialmente de los que eran más frecuentados por el vecindario al estar cercanos al propio Roser. Naturalmente, lo más cercano y popular era la Venta Puerto Príncipe, conocida como ‘la del Borriolenc’, es decir, el vértice urbano entre la Cuadra del Borriolenc y la propia carretera general.

El hecho de que esta venta fuera el local de mayor capacidad, permitía que la gente del grupo, especialmente los jóvenes, ir a ver la televisión los sábados por la tarde y los domingos. Todavía son muchos los que recuerdan Bonanza, Caravana y El Virgniano. Me contaba un vecino, puede que José Salas Ojeda, que por una peseta les daban una paperina de habas picantes “que estaban buenísimas…”. También me hablaba del inigualable pan que hasta allí llegaba dels forns de pa del prestigioso Puntxabases, famoso en su época.

--¡Quina oloreta fa el pa huí…, hummm! Qué bo!

Son retazos y recuerdos que llegan a la página con la intención de terminar con una sonrisa. H