Me despierto con una cancioncilla metida en la cabeza. La que cantaba Chema el panadero de Barrio Sésamo y decía así: «Panadero soy, porque sé hacer pan, y otros con placer se lo comerán. Siempre se empieza echando al agua sal. Porque sin ella el pan soso estará. Panadero soy, porque sé hacer pan».

¿Qué me hace despertar con ese tema incrustado en la cabeza y grabado a fuego? No hay más que una explicación. Vivimos en Barrio Sésamo. A veces creo que vivimos en Matrix, pero no. Vivimos en Barrio Sésamo y tenemos a Espinete y Don Pimpón al frente del Gobierno.

A las 9.00 bajo a mi perrita, compro el pan y el periódico. En el quiosco no hay clientes. El sol brilla en lo alto del cielo y hace un calor sorprendente para esta época del año.

Leo en el periódico que las farmacias ven imposible vender mascarillas al precio marcado por el Gobierno. Es lo que pasa cuando dejas que un comunista tome decisiones.

También leo que la consejera Barceló critica el pirateo entre países por el material sanitario. ¡Madre mía! Alguien tendría que decirle a esta buena mujer que no se trata de pirateo, sino de hacer el trabajo que uno tiene encomendado y que ella hace tan mal.

Para terminar, se vuelve noticia algo que muchos ya sabíamos. Se retrasa el inicio de los tests masivos anunciados por el Gobierno. ¿Cómo van a hacer tests si no han comprado tests? Se han gastado una millonada en comprar tests fake, en recomprar tests fake, y en encargar más tests fake. Su inutilidad, su absoluta falta de criterio, la estulticia gubernativa colectiva y su falta de cuidado son evidentes. Espinete y Don Pimpón no valen ni para tacos de escopeta. Deben convocar elecciones e irse ya a sus casas. O casoplones, vaya. El gobierno de Finlandia, ese espejo en el que se mira la izquierda tantas veces, acaba de despedir al encargado de compras de emergencia por adquirir tests fake de China.

La web Mestre a casa funciona bien por segundo día consecutivo. Solo hemos tenido que esperar casi un mes y medio para que esta herramienta fundamental vaya como tiene que ir. Solo hemos tenido que perder la paciencia más de treinta días. La consejería de Marzà también merece un buen meneo. De arriba a abajo y de abajo a arriba.

Para almorzar tomamos unas tostaditas de mermelada que mi mujer prepara con cariño, mientras los niños y yo nos peleamos con el compás y el transportador. La escuadra y el cartabón hace tiempo que están dominadas. Hacemos las camas, pasamos la aspiradora, ponemos una lavadora y vaciamos el lavaplatos. La rutina nos mantiene activos.

Para comer preparamos una ensalada de pasta. A mi amigo Carlos García no le gusta nada el maíz. Es más, no entiende por qué lo sirven en las ensaladas de tantos y tantos restaurantes. Sin embargo a mí me encanta. Cada uno es cada uno. Y abro dos latas para que no haya miseria.

Por la tarde seguimos con Westworld. Bueno, sigo mientras mi mujer duerme y mis hijos juegan. Esta serie es como una droga. No te gusta, pero no puede dejarla sí como así.

Cuando dan las 20.00 salimos al balcón. Aplaudimos.

Casi me olvido de felicitar a Pepe López por su aniversario y jubilación. Eso habría sido imperdonable. Es un fenómeno de la postmodernidad, un dandi de la medicina. Ayatola del fentanilo y sultán del propofol. ¡Felicidades, Pepe!

Y así pasa un nuevo día sin que haya escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor