Subió el Castellón a Segunda, de vuelta al fútbol profesional tras una década de infra, y la pólvora regó las calles al filo de la madrugada. La explosión de tracas y petardos despertó a mi hijo pequeño, que dormía. Teo saltó de la cama y se acercó con sigilo al sofá, donde su madre y yo veíamos el desfile de las imágenes de la celebración. Teo se nos tumbó encima, pegajosos los tres en la montonera del sudor, se enteró del ascenso del Castellón y por vez primera en sus casi cuatro años de vida dijo que quería ir a un partido. Salió de él, quiero decir, sin que yo tuviera que sugerir nada. Pensé de inmediato en los años que pasé en Tercera siguiendo por ahí al Castellón, sin saber muy bien qué perseguía, ni por qué lo hacía. Lo comprendí en ese momento, y a la vez que mi hijo pequeño comprendía que su equipo era su equipo, yo vi clarísimo en ese instante que todo había merecido la pena, que todo se compensaba, aunque ahora me cueste explicarlo otra vez para que vosotros lo entendáis también, y tan bien, y suspiro.

Al fútbol nos llevó nuestro padre de la mano y de esa misma mano llevamos luego a nuestros hijos, y ellos llevarán igual a los suyos en un nosotros eterno. Por eso no hablamos de un pasatiempo cualquiera y por eso pienso que se subrayó poco el hecho de que el Castellón que jugó contra el otro Logroñés era el Club Deportivo Castellón, el casi centenario, el de siempre, y el auténtico. Por eso hay que reivindicar que hace casi una década, cuando desde el poder se tejía un estado de opinión propicio a la refundación, los que se resistieron hicieron bien y tenían razón. Porque no había que elegir entre camino fácil o difícil, esa era la gran mentira. Había que elegir el camino de verdad. Y eso hicimos.

Por eso hoy el Castellón sigue siendo el Castellón, ese asunto íntimo y a la vez compartido que pulsa aquí como ninguna otra cosa las teclas de la emoción transversal y colectiva. Por eso el Castellón ha salido reforzado de toda la penuria, que fue mucha, y ha volteado ánimo y destino. Ya se ha afianzado la idea de la militancia más allá de la categoría, el arraigo vital para la supervivencia; y estos últimos años deben servir también para borrar cualquier malditismo. Vale de compadecernos, de pensar que si algo puede salir mal, saldrá mal. Porque el Castellón ha pasado de perder siete de ocho promociones a vencer las dos últimas. Ha pasado de descender las dos veces que llegó jugándosela a la última jornada a salvarse en el último segundo en la anterior temporada. Ha pasado de un descenso administrativo a ganar un recurso clave en los despachos. Hay que cambiar la tendencia a la autocompasión y convertirla en ambición tranquila. Intuyo que valorar la Segunda felices y sin urgencias, y disfrutar de estadios y ciudades será posible: la masa social tiene fresca aún la Tercera en la retina y es hora de demostrar que no fue solo sufrir, que también algo aprendimos.