Cada vez que asoman por el túnel de vestuarios los miembros de una expedición visitante, no pueden evitar mirar de reojo la tribuna y, por extensión, Castalia. Lo hacen con disimulo quienes realizan los ejercicios previos al partido, pero el resto, suplentes, utilleros, delegado y demás actores mudos en este escenario sin par, no resisten la tentación, sucumben admirados y no pocos, móvil en ristre, inmortalizan el momento.

Castalia se ha convertido en un campo mítico, de esos donde da gusto jugar porque uno no puede entender el fútbol sin pasión, ergo sin el concurso de la grada. Cuestión distinta sería erradicar algunos cánticos que confunden insultar al rival con animar a tu equipo. Pero esa ni es la cuestión ni merece ensuciar la magia del estadio.

Salvo un par de entrenadores mediocres, que justificaban la pusilanimidad de sus jugadores con la excesiva presión que suponía actuar ante tanto público, los futbolistas de verdad se crecen ante tamaña capacidad de convocatoria. El mismo club se ha encargado de pregonar esa fidelidad allende la provincia, y en toda España saben que somos 14.000 abonados y que no podemos ser más por cuestiones legales, dada la obligación de reservar un número de plazas para la venta de las entradas restantes hasta completar el aforo que, según fuentes oficiales, se estima en 15.500 asientos. Tantos socios no puede ser más que motivo de envidia entre los fracasados y de orgullo para nosotros.

Por eso mismo me sorprende que, con ocasión de la llegada del Nàstic, acompañado por más de 200 personas con sus correspondientes localidades reservadas, y con el extraordinario ambiente que se vivió, sea también el club quien nos arroje un caldero de agua fría y reduzca a 9.040 las personas que presenciaron aquella épica victoria. Oséase, más de 6.000 asientos vacíos. Y no cuela.

Prefiero suponer que fallaron algunos controles, que se quedaron en casa muchos abonados llamémosles infantiles --mis cinco sobrinos sin ir más lejos-- y que hasta se infló en su día la cantidad de abonados para adornar la campaña de marketing. Pero decir que sólo éramos nueve mil, se me antoja más provocador que decepcionante, porque yo creo más en la afición que en la directiva.

Y dada la transparencia que distingue su gestión, confío en que no hayan copiado aquel modelo de épocas no tan pretéritas en que se reducía la cantidad de espectadores para evitar impuestos y el club llegó a imprimir entradas dobles. Maldita memoria.