Solo una escondida haraganería podría apartarme tantos meses de escribir sobre el Club Deportivo Castellón, excepción hecha del paréntesis del suplemento de este periódico con ocasión del ascenso, un motivo demasiado brillante e histórico como para que mi ego renunciara a participar. La confesión no es tanto penitencia banal como una necesidad de justificarme a la hora de recuperar este rincón de mis desahogos, siempre según el color de mi cristal, si se me permite el guiño a mi amigo y maestro Eduardo Mas, quien me brindó por primera vez la oportunidad de opinar en público sobre el equipo de mis desvelos. Y en ello vuelvo a aplicarme, contrito y acezante, como satisfacción onanista, terapéutica incluso, más que por atender el interés de aficionados y amigos, de resucitar viejas y refractarias inquinas de otros, o ambas premisas a la vez.

Hacía tanto tiempo que no acudía a la redacción que antes me ha tocado pasar la ITV del coche, cambiar una rueda y sustituir la batería agotada. Item más, a mí, que por un mucho de comodidad, un poco de higiene y un prurito de solidaridad con el puesto de trabajo de los demás, me gustaba repostar en una gasolinera de las que aún te sirven el combustible sin necesidad de pringarte, fui el lunes donde siempre y, sin avisarme, hicieron añicos mis hábitos, me tocó llenar el depósito sin auxilio alguno, sin saber que dispones de guantes protectores, con el tapón rodando por los suelos víctima de mi virginal actuación y nervios, y hasta un hilo de gasolina deslizándose suciamente por el lateral del vehículo consecuencia de retirar precipitadamente la tensa manguera. Un desastre sin parangón que abre en mí una profunda crisis existencial.

No sé yo si resulta adecuado el paralelismo con la impericia de un entrenador que llevaba siete años sin saber cómo nos las gastábamos por aquí, aunque estoy seguro de que Juan Carlos Garrido se adaptará más pronto que yo a la realidad. Otra cosa es que lleguemos a tiempo. Ni por currículo ni por afinidad se entendió su contratación, barrunto si obedeció a un capricho o al pago de favores de Jordi Bruixola. Ni el sustituto era la solución esperada ni el sustituidor debiera mandar tanto. Esa está siendo su carga. Injusta, pero expiación al cabo.

Tampoco la plantilla confeccionada está lejos de compensar su escasa calidad con la incuestionable profesionalidad de sus miembros y su sacrificio. La secretaría técnica no parece trabajar con total libertad, como lo prueba incluso la contratación de jugadores pese a las dudas médicas. Pero hasta que esto acabe, Garrido y los futbolistas son nuestro Castellón y urge más la permanencia que la factura de las responsabilidades. No vayamos a caer en el error de creer que la goleada del otro día sea la norma. Sería nuestra tumba. Luego ya veremos si el presidente se decide a presidir.