La oleada de robos en los campos castellonenses, como publicó ayer este periódico, también se registra en las partidas Sant Gregori y el Puig de Benicarló, que han cambiado en los últimos meses su fisonomía. Se trata de áreas rurales que se han transformado para evitar los robos. Así, donde antes aparecían terrenos con plantaciones de cítricos, alcachofas, patatas, sandías u olivos, lindando con los caminos, ahora se levantan vallas y muros, prácticamente infranqueables, que acotan todas las propiedades.

“Las incursiones de los domingueros nos dejan sin una buena parte de la producción”, apunta Francisco Vallés, agricultor, refiriéndose a las personas que recolectan frutas y hortalizas de forma fraudulenta para consumo propio o para la venta ambulante. “Antes lo tenían fácil: aparcaban al lado de la finca y cargaban”, explica. “Ahora, al menos, tendrán más complicado apropiarse de lo ajeno”. Este productor denuncia que al final de cada campaña el sector se resiente con estos hurtos. “El que se apropia de 10 kilos de naranjas cree que no comete ningún perjuicio, pero si al agricultor ya le toca hacer malabarismos para que su cosecha le resulte rentable, se ve obligado a tener que protegerse contra estos delincuentes menores”, explica.

PREOCUPACIÓN // “Es comprensible que alguien que tenga una casa en el campo instale alarmas y vallas, pero que los que cuentan con un trozo de tierra cultivada tengan que vallarla, refleja al extremo que se ha llegado y es muy preocupante”, afirma.

Sin embargo, Vallés admite que las fuerzas de seguridad hacen su trabajo. “El término de Benicarló es muy extenso y no tienen suficientes efectivos. Controlar estos robos es complicado, porque actúan en cuestión de minutos y suelen hacerlo por la noche”.

De la misma opinión es Magdalena, que posee una finca de cítricos en Sant Gregori y que también ha vallado todo su terreno, la mayoría de naranjos, pues, cuando ya tocaba recolectar, le “habían hecho limpieza”. H