El encierro de Pamplona es tan anónimo como los ángeles de la guarda. Aunque ayer compartieran nombre y apellido. Alberto Guillamón para la administración, Torrechiva a pie de calle. Ahí, sobre los adoquines de la calle Mercaderes, el conocido aficionado de Onda salvó la vida de un australiano de 25 años al colear a Olivito, el toro de Miura rezagado de la manada en la última carrera de las fiestas de San Fermín.

“He visto muchas situaciones parecidas, pero esta es la que más me ha traumatizado. Me he agobiado mucho porque creía que lo mataba”. El que habla es un hombre con 42 sanfermines en sus zapatillas.

Cuenta Torrechiva que esta semana no se había puesto aún en la cara del toro, “pero hoy --ayer para el lector--, por ser el último día y con toros de Miura”, iba dispuesto a ello. Eligió el final de Mercaderes para meterse en la carrera cuando se encontró con la imposibilidad de avanzar ante los dos ejemplares que se habían caído. “El primer astado se ha levantado y he tenido la intención de seguirle, pero, cuando he visto que el segundo iba a por un chico que aguardaba en la pared, he cambiado de idea”, aseguró.

Mientras los cuatro primeros animales entraban a la plaza de toros, entre Estafeta y Mercaderes se vivían momentos de angustia. “El astado estaba encelado con el chico y mi reacción ha sido la de ayudar”. Dicho y hecho. Torrechiva se cogió al rabo cuando el toro había hecho presa al mozo contra las tablas del vallado. “Así he conseguido cambiarle la dirección de una cornada que era mortal y también despistarlo”, afirmó.

La tradición y la normativa no permiten tocar a los toros, “pero en momentos así da igual la norma si es para salvar una vida”, puntualizó el ondense.

Las muestras de agradecimiento no cesaron durante la jornada de ayer. También las de su ángel de la guarda, su hijo. Otro Alberto Guillamón apodado Torrechiva y rodador de los grandes que se fue demasiado pronto, pero al que lleva siempre consigo en su camiseta blanca y roja.

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