El Centre d’Estudis Vallers (CEV) lo ha vuelto a hacer. Ha echado la mirada atrás y ha recuperado del pasado una de esas historias que permiten comprender el camino que la Vall d’Uixó ha recorrido para ser la que es hoy en día. De nuevo ha reivindicado un nombre propio, ahora patrimonio colectivo, el de un vecino que tuvo que huir por ser quien era y creer en lo que creía en una época en la que solo un pensamiento estaba permitido.

Esta vez ha sido de la mano de José Miguel Abad Mezquita, encargado de coordinar y actualizar su última publicación, un libro que recoge las memorias que escribió Manuel Llobet Marín, un vallero, militante del PSOE para más señas, que nació y murió en su pueblo, aunque con un relato vital que habla de sufrimiento, de exilio, de distancia, de añoranza y de injusticia, el que plasmó en un diario personal que desde el pasado viernes está al acceso de todo aquel que quiera saber un poco más.

La historia de Manuel Llobet, nacido en la Vall d’Uixó en 1903, podría describirse como aquel duro viaje de vuelta a casa. El título del libro que recopila sus vivencias es esclarecedor: El pasajero del Stanbrook. Tragedia y memorias de un exiliado español.

Sus memorias, únicas como las de cualquier persona, en el fondo comparte los grandes rasgos de tantos y tantos hombres que sacrificaron todo por sus ideales. Porque Manuel fue militante del PSOE y miembro de la ejecutiva de este partido en su ciudad natal, además de secretario del Comité Ejecutivo Antifascista durante la guerra civil.

Pagó caras sus convicciones, como tantos coetáneos. El 28 de marzo de 1939 se embarcó en un buque carbonero inglés, el tristemente conocido Stanbrook, en el que se realizó la última evacuación de refugiados republicanos desde el puerto de Alicante, cuando solo faltaban unos días para el fin de la contienda.

Su destino fue África, en concreto Alger. Estuvo confinado en distintos campos de trabajo en el desierto del Sáhara durante la segunda guerra mundial, hasta que los aliados derrotaron al Afrika Korps. Fue su oportunidad y la de otros como él, de buscar salidas tan cerca de casa como fuera posible. Escogió Francia, donde pudo reunirse con su esposa, Concha Melià Molés, e iniciar el doloroso trabajo de la reconstrucción emocional tan lejos de todo.

Porque siempre tuvo un objetivo claro: quería volver a casa. Hasta que pudo hacer frente a lo que no dejaba de ser una quimera en plena dictadura ejerció diferentes oficios. Se trataba de ganarse la vida, de sobrevivir. Aunque posiblemente la razón principal para hacerlo fuera que tenía una meta por encima de todas las demás, que se consumó el 28 de marzo de 1976, exactamente 40 años después de su partida: volvió a la Vall. El 15 de abril murió, pero su memoria seguirá viva.