Cuando un pueblo ronda los 2.000 habitantes, como es el caso de Càlig, debe atender las mismas necesidades con recursos muy limitados. Si a esto se suma una crisis internacional ante la que «nadie sabemos demasiado bien cuál es la mejor manera de actuar», la preocupación permanente de cualquier responsable municipal se agudiza y demanda un plus de compromiso como el que la alcaldesa, Ernestina Borràs, le reconoce a tanta gente de la localidad volcada en que los vecinos superen la actual tesitura de la mejor manera posible.

El Ayuntamiento ha hecho cuanto ha podido para garantizar la seguridad colectiva: reparto de mascarillas, coordinación de acciones solidarias, higienización y desinfección de calles y edificios públicos más frecuentados. Y, además, como alcaldesa «haces de psicóloga, de policía y de juez», porque los pueblos pequeños son así, incide Borrás.

La brigada municipal ha intensificado sus labores para garantizar la limpieza general.

Pero lo que más se encuentra en estos lugares es la vocación por el servicio. Ese sería el caso de Juanvi, el único policía local de Càlig, que, como destaca la munícipe, «no ha descansado ni un solo día desde que se inició el estado de alarma, por voluntad propia». El agente entiende que «es sentido de la responsabilidad, las condiciones son las que son y ahora es cuando el pueblo más me necesita». En breve se tomará un respiro, pero advierte de que «si hago falta, puedo esperar».

Juanvi, el único policía local de Càlig, no ha descansado ni un día desde el 9 de marzo.

Esa misma vocación es la que mueve a Noemí Carmona, dinamizadora de la unidad de respiro. Ha estado al lado de los 19 usuarios desde el principio por todos los medios posibles: visitas domiciliarias, videollamadas, llamadas telefónicas... Reconoce que «psicológicamente les está afectando mucho, porque están bastante desubicados» y el miedo es una constante que sigue acompañándoles. De hecho, aunque pueden pasear, algunos todavía no lo hacen, a pesar de la libertad.

Noemí, de la unidad de respiro, destaca lo duro que está siendo para los mayores.

Bien lo sabe Ana Belén Forner, que desde su frutería ha intensificado el servicio a domicilio que ya prestaba. «Estábamos, estamos y estaremos», asegura una mujer que ha convertido la mascarilla, los guantes y el hidrogel en una extensión de su propio cuerpo.

Ana Belén, en su frutería, ha aumentado el servicio a domicilio en el estado de alarma.

Y de solidaridad saben mucho el equipo de jóvenes voluntarios, que desde el principio se ofrecieron a hacer compras y recados para los más vulnerables. Gente que ha sumado para vencer.