«El sufrimiento de mis pacientes es mi sufrimiento». Con estas palabras resume el médico y cirujano José Jaime Canós los 40 años que lleva dedicándose a su profesión, desde unas profundas convicciones religiosas, pero, sobre todo, desde el respeto inquebrantable por la sensibilidad de sus pacientes, que se enfrentan a una enfermedad que ya se ha considerado la pandemia del siglo XXI: el cáncer.

Canós se enteró en octubre del 2015 de que el Ayuntamiento de Nules quería dedicarle una calle. El mismo día en que acudió al consistorio para recibir una subvención para la residencia Virgen de la Soledad, que él preside, el alcalde, David García, le informó de la decisión unánime del pleno de atender «una petición popular».

No era su mejor momento personal y no le importa reconocerlo. El mismo médico que habrá realizado miles de diagnósticos de cáncer tuvo que hacer frente a esta enfermedad, lo que le llevó a vivir un año y medio en esa cuerda floja en la que camina cualquier persona en la misma tesitura: la necesidad vital de combatir a la muerte.

«Solo hago mi trabajo»

El nulense sigue convencido de que no merece una distinción semejante, porque apunta que «solo hago mi trabajo». Pero la visión que tienen sobre esa misión sus vecinos es bien distinta.

El cronista oficial, Vicent Felip Sempere, realizó un informe por la decisión de reconocer en vida a un hombre del que resalta «el factor humano y su implicación en lograr lo mejor para los pacientes de los centros en que ha trabajado, de forma especial en Nules y poblaciones del entorno». Más allá de sus obligaciones profesionales, «cuando conocía de algún ingreso de personas de aquí, aunque no fueran de su especialidad, las visitaba y les aconsejaba lo mejor para ellas, al tiempo que se implicaba para seguir su evolución en el hospital».

Entrega al prójimo

Quienes conocen a Canós saben que nunca ha perseguido el reconocimiento de méritos. Su entrega al prójimo forma parte de su personalidad. Tanto es así que el acto que se celebrará esta tarde en Nules, en el que se descubrirá una de las placas con la que se cambiará el nombre de la calle Rambleta para darle el suyo, «me quita el sueño. Habría preferido algo más discreto».

El también cirujano de 64 años anuncia unas palabras sinceras, compartiendo en público pensamientos y sensaciones privados hasta el momento. Será su forma de expresar gratitud.

Su fe le lleva a mantener «un respeto inmenso» por sus pacientes. Cree que la medicina siempre debería ejercerse «evitando la rutina, reflexionando, buscando más opiniones y sin orgullo». Por ser de ese tipo de profesionales, su nombre formará parte a partir de hoy de la historia de su pueblo.