Si César Cataldo levantase la cabeza comprobaría orgulloso como se las han ingeniado en Benicarló para celebrar, un año más, que en 1650 arribó en un falucho portando la imagen del Cristo del Mar. Por aquel entonces, la población sufría el azote de la peste bubónica que, milagrosamente, cesó una vez la imagen tocó tierra. El prodigioso acontecimiento despertó el fervor hacia el cristo marinero y, en su honor el pueblo celebra cada año un novenario y la imagen, portada en una barca, recorre las calles en dos multitudinarias procesiones.

Esta vez, el estado de alarma decretado por el coronavirus obligó a suspender los actos, pero no ha hecho mella en la devoción de los miles de fieles y, aunque el Cristo permanece en el altar de la iglesia de San Pedro, salió a la calle en las banderolas que, con su imagen impresa, cuelgan de los balcones de sus veneradores.

La grey manifestó también su fe inquebrantable en el Cristo del Mar saliendo a los balcones con cirios, tambores y bombos para recrear la procesión de subida de la imagen desde la iglesia de San Pedro hasta el templo de Sant Bertomeu, mientras, en las dos parroquias, sonaron las campanas para simular la salida y llegada del cortejo religioso.

El himno dedicado al cristo marinero cerró el acto, y, una vez más, Benicarló demostró que confía plenamente en la popular premisa de el Cristo del Mar guarda a su pueblo.