La tradición más popular hizo ayer madrugar a Nules. Daba igual la edad, era indiferente dónde vivía cada cuál. Todos, mujeres y hombres, niños y jóvenes, vecinos y visitantes ocasionales, eran muy conscientes de que la localidad estaba de fiesta grande y ese sentir recorrió el casco urbano, dejando una huella que horas después todavía resonaba con la música de los locales, que aprovecharon una fecha tan señalada para alargar la celebración, y con las pequeñas porciones de papeles de colores que volaban llevadas por el viento para recordar a propios y extraños que era el día del pasacalle de Sant Vicent.

Los primeros en ponerse en marcha fueron los quintos del 94. En sus manos estaba el encargo de organizar una de las explosiones de júbilo más singulares que se conocen en el pueblo. Los primeros petardos y cohetes de aviso advertían de que peñas, carros y caballos debían dirigirse a la plaza Mayor, punto de partida de un itinerario que, con el paso del tiempo, seguía a un ritmo imparable, el que marcaban las diferentes charangas y los bailes.

En el itinerario a recorrer, varias paradas claves. Las casas de los tres clavarios --este año Juan Vicente Lucas Ibáñez, Joaquín Puchol Martínez y Vicente Javier Prior Muñoz--, razón principal por la que el trazado del pasacalle varía ligeramente en cada edición, y la calle San Vicente, frente a la capilla del patrón, donde los mismos de siempre --eso también es muy típico-- se encargaban de alimentar las llamas de una gran hoguera sobre un pedestal metálico clavado en un bidón, en el que se completa el ritual de dar una vuelta completa, como mínimo, alrededor del fuego.

PUNTO Y FINAL / Horas. Eso costó que los mismos carros y peñas que partieron sobre las 9.00 horas volvieran al mismo lugar para dar por completada su participación. No es extraño que cuando los primeros cumplen con su cometido, todavía haya gente sin llegar a la hoguera. Así de significativa es la participación en un festejo que ha merecido una distinción turística, porque la suya es una costumbre única que ha ganado la batalla al tiempo porque lo raro es que no se cumpla la máxima de que el que la vive una vez, quiere repetir.

UNA OPORTUNIDAD / Ya lo reconocía Jordi Palau, presidente de la quinta del 94, hace un par de días. Al margen de lo que se puede apreciar a simple vista, lo que supone la fiesta de Sant Vicent en Nules va más allá de un pasacalle y de la devoción. Es una oportunidad. La que motiva a todos aquellos que nacieron en un año determinado a reunirse después de haber coincidido en el colegio o en el instituto, revivir experiencias o crear otras nuevas y consolidar una vinculación que, como la celebración popular, también sobrevive al paso del tiempo.

Es muy común encontrar en el pasacalle a quintas de años anteriores, que vuelven a coincidir cada mes de abril porque este recorrido es una cita indispensable a la que muy pocos se resisten.

Con los quintos del 93 pensando en lo rápido que pasa el tiempo, y los del 95 preparándose para el año que les espera, Nules se despidió de su cita clave con toda la intensidad que es capaz de exhibir, con la vista puesta en el Día de las Paellas.