Solo realizando un ejercicio de empatía se puede llegar a comprender lo que se les pasó por la cabeza a los ganaderos de Almenara Juan y Joan Faet cuando fueron conscientes de que los seis toros con los que iban a realizar el segundo encierro de les Penyes corrían sin control por la Vall d’Uixó.

Juan padre fue uno de los dos únicos testigos del inicio de la escapada. Su camión se encontraba en el espacio entre las dos rateras desde donde iban a salir los astados, que ya habían bajado del vehículo a la espera de que se abriera el portón que les daría paso al recinto. Uno de ellos, el número 33, de nombre Rayo, captó movimiento a su espalda. Sucedió en apenas un instante. El toro arrancó hacia donde se encontraban el ganadero y un miembro de la brigada municipal y, sin parar, «embistió».

Faet dice que en pocos metros alcanzó «una velocidad máxima» y el brutal impacto «partió la soldadura de la puerta», que se abrió ante su incredulidad. El resto de toros solo hizo lo que es habitual en una especie gregaria: seguir a la manada en una carrera vertiginosa de pocos minutos que acabó en el conservatorio de música.

Mientras ayer observaba los animales, que reposaban tranquilos en sus instalaciones, ilesos y ajenos al revuelo que protagonizaron, Joan Faet (hijo) agradeció dos hechos providenciales: la resolución del conserje del centro cultural y la implicación de los recortadores, que colaboraron para completar, más de dos horas y media después, lo que en su ganadería ya se considera un milagro. «El ángel de la guarda estuvo trabajando toda la mañana», dicen, porque no quieren ni pensar qué habría sucedido si los toros se hubieran dispersado.

Además, los Faet están convencidos de que si esto hubiera pasado en otro pueblo con menos afición taurina, no sé saben cómo habría acabado, «porque todos se volcaron para ayudar».