Todavía en la actualidad, si paseando por la Vall d’Uixó preguntamos a cualquier viandante si tuvo algo que ver, directa o indirectamente, con la antigua Fábrica Segarra, la mayoría nos dirán que sí. Y es que esta empresa no solo fue el emblema de la ciudad, la razón de su crecimiento durante el último siglo y su promoción internacional, sino que, además, dio empleo a cientos de ciudadanos, la mayoría de los cuales todavía recuerdan aquellos días en los que el movimiento en la población dependía de los horarios de entrada y salida de la Fábrica.

Segarra estaba tan enraizada en la esencia misma de la Vall, que su cierre fue uno de los momentos más traumáticos de su historia reciente y no son pocos los que todavía los recuerdan con nostalgia, tristeza o resquemor, dependiendo de los casos.

De aquella firma, en la actualidad, quedan el producto y la marca, que adquirieron tras su cierre un equipo de empresarios: Herminio Salafranca, Ernesto Canós y Miguel Ángel Beltrán, que hoy en día siguen trabajando un tipo de calzado muy particular, que todavía muchos buscan, «todo realizado en cuero y de creación nacional», asegura Salafranca. Pero para estos tres socios quedaba una asignatura pendiente: evitar que el tiempo acabara con la memoria de lo que la Fábrica Segarra fue.

La idea de crear un museo que preservara el legado de la compañía y, en gran medida, la historia del calzado en la Vall d’Uixó, era su proyecto a emprender desde hacía mucho tiempo, pero les faltaba el espacio adecuado.

Una vez lo encontraron, hicieron realidad un plan singular: la creación de un punto de venta de su producción que, a su vez, es un museo que recorre con fidelidad y al detalle el nacimiento y la evolución de Segarra. Hay documentos, fotografías, materiales y una importante recopilación de maquinaria, «todo gracias a muchas personas que han realizado aportaciones para hacerlo posible».