Al escritor Federico Moccia se debe la moda. En uno de sus libros, sus protagonistas colgaban un candado en un puente de Roma, a modo de símbolo de su amor. Con el tiempo, los principales puentes de las ciudades más turísticas han visto aparecer estos elementos.

La ciudad de Peñíscola también tiene su particular rincón de los enamorados. Se trata de la pasarela de madera que cruza la balsa del puerto pesquero. A escasos metros de la entrada al casco antiguo por el portal de Sant Pere, se pueden ver candados de todos los tamaños. Algunos de ellos son totalmente anónimos, pero la mayoría suelen incluir las iniciales de los enamorados, e incluso de grupos de amigos. No resulta difícil ver a turistas detenerse en la barandilla para fijarse en ellos. “Los hay que tienen hasta los nombres”, comentaba una mujer que volvía de visitar el castillo. A todo ello hay que añadir la facilidad con la que se pueden colocar, ya que la barandilla está cruzada por unos cables metálicos que simplifican semejante labor.

Los primeros candados se vieron el año pasado, pero el boom ha sido este y ya se ven cientos de ellos. En muchas ciudades incluso se han promulgado ordenanzas que prohíben la práctica. Consultada al respecto, la edila de Servicios, Lupe Roig, no tiene inconveniente en que esto se convierta en costumbre. “No nos hemos planteado nada pero creo que solo actuaríamos en el caso de que el peso causara problemas”, explica, añadiendo que esta moda “es curiosa y más a las puertas del casco antiguo”. Aún así aclara que el mantenimiento de la pasarela corresponde a la Generalitat.

Los candados peñiscolanos tienen opciones de seguir. A lo mejor, más que el amor de algunos que los pusieron. H