El mero hecho de enfundarse en el traje de neopreno --si no se ha hecho nunca--, reviste la experiencia de un halo aventurero que, como poco, es de lo más estimulante. El resto de prolegómenos están envueltos de ese ambiente de las vivencias inéditas y exclusivas. Al fin y al cabo, uno no tiene todos los días la oportunidad de navegar por un río subterráneo, y mucho menos dirigiendo su propia embarcación.

De hecho, algo semejante solo es posible en la Vall d’Uixó, una exclusividad que explica el éxito que está cosechando esta temporada el espeleokayak, una alternativa a la visita tradicional a les Coves de Sant Josep.

En las miradas que se cruzan entre quienes aguardan a las puertas de la gruta hay una combinación de nerviosismo, grandes expectativas y por qué no decirlo, cierto respeto, porque si nunca antes te has subido en un kayak, dudas sobre tu capacidad de mantenerlo erguido contigo a flote, aunque no hay nada como intentarlo para comprobar que es más sencillo de lo habías imaginado en tus más pesimistas augurios.

Un cursillo acelerado sobre las leyes de la física que explican como hay que remar en un sentido para girar hacia el contrario y otras técnicas básicas del paleo, y no hay más que pensar, porque empieza la incursión.

Una cueva distinta

Conocer les Coves no exime de la efervescencia que produce adentrarse en su recorrido de una forma tan distinta. Sobre el kayak todo parece más cercano, más intenso, incluso más primitivo y, sobre, todo selecto. Los sonidos propios de la cavidad se magnifican y así como lo impresionante de su interior, a lo que, sin duda, ha contribuido el cambio de iluminación, que ha dado mayor protagonismo al agua --de un color turquesa que emociona-- matizando la roca de manera que se intensifica la idea de que, en condiciones naturales, ahí abajo no entraría ni el menor resquicio de luz.

Dos monitores de Viunatura, que a su vez desempeñan funciones de guía, insisten durante el trayecto en la oportunidad que está en las manos de los intrépidos aprendices de exploradores. A parte de describir algunos de los aspectos esenciales que caracterizan la gruta, recuerdan la necesidad de respetar el entorno, de aprovechar el silencio, de sentir la cercanía de millones de años de historia. Y así, a medida que se avanza a través de las galerías y sifones trazados por el agua, el visitante acaba asumiendo la pequeñez de la humanidad comparada con la grandiosidad del planeta tierra, cuya evolución se cuenta por miles de millones de años.

En kayaks individuales o en pareja, el grupo de 16 descubridores de experiencias va familiarizándose con los entresijos de la navegación y se relaja la preocupación sobre cómo remar, para centrarse en lo verdaderamente significativo, disfrutar del momento.

Durante dos horas, que se pasan en un suspiro, se completa la misma ruta que recorren las barcas en la visita tradicional a un ritmo diferente, más pausado e íntimo. También se realiza el tramo a pie. Aunque de todos los episodios que cuentan esta historia vivencial, el de mayor impacto --aunque al tratarse de emociones, tal valoración depende de cada cual-- llega cuando en una de las salas de mayor tamaño, el guía invita a los kayakistas a bajar de la embarcación para sumergirse en el agua.

Lo que más impresiona es flotar en medio de un río subterráneo cuyas aguas mantienen una temperatura constante durante todo el año. Aunque lo que de verdad corta por un instante la respiración es cuando, de manera controlada, con todos los visitantes ya asegurados en su embarcación, apagan las luces y uno entra en conexión absoluta con la verdad: todo está sucediendo bajo la tierra, y allí, en el subsuelo, se puede parar el mundo. El tiempo y el espacio pueden desvanecerse.

Con otras sorpresas por desvelar, el éxito del espeleokayak puede comprobarse en el hecho de que para septiembre ya solo quedan unas pocas plazas disponibles, porque la voz se ha corrido, y ya no son pocos los que quieren saber lo que se siente siendo un aventurero subterráneo.