El hombre que más sabe de coronavirus en España tiene 75 años e iba para profesor de instituto de Física y Química (llegó a sacarse el título de pedagogo en esta materia), pero se cruzó un laboratorio en su vida y allí se quedó. Fue primero el de la cátedra de Química Orgánica y luego el de Anatomía Patológica, del doctor Llombart, en la Facultad de Medicina de València.

Esa es la parte poco conocida de la biografía de un hombre con mucha presencia pública en las últimas semanas. Enjuanes estudió en el instituto Luis Vives e hizo la carrera de Química en la Universitat de València. Después, tras decidir que lo suyo era la investigación, se fue cuatro años a Estados Unidos y en 1980 obtuvo la plaza de investigador en el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Madrid, donde ha desarrollado su carrera profesional. Se resume en 40 años dedicado a los virus y más de 35 a los coronavirus, como el SARS-Cov2 que ha alterado nuestras vidas.

Él mismo resultó contagiado a finales de marzo, aunque siempre ha estado asintomático, afirma, y ya ha vuelto al laboratorio, después de dar dos veces negativo. «Estamos muy presionados por esta pandemia. Se nos conoce bastante por tantos años de estudio, somos el primer laboratorio del mundo que creó un sistema para sintetizar estos virus y manipularlos genéticamente». Se declara «valenciano del todo», aunque padres y hermano ya no están, pero conserva familia, con la que suele celebrar una reunión anual. Podía haberse jubilado hace diez años, pero sigue muy activo, aunque ahora «estoy considerando retirarme por muchísimas razones, no solo por una», confiesa con un deje de cansancio en la voz.

¿Tras 35 años dedicados a los coronavirus, no se vio venir algo así, una epidemia tan importante?

Tan importante, no. Pero las epidemias se veían venir, cada año aparecen virus nuevos. De los coronavirus se conocen siete: los cuatro primeros están atenuados y todos estamos infectados; los otros tres aparecieron en 2002, 2012 y ahora. La cadencia está clara, lo que no era esperable es la gravedad de este, mucho más contundente que los otros. El de 2002 infectó a 8.000 personas y mató a 800. El de 2012 contagió a menos de 2.800 y ha matado a la tercera parte. Son números incomparables con el de ahora, que lleva más de dos millones de infectados.

¿Por esa frecuencia, nos podemos esperar la llegada de un virus incluso más violento en ocho o diez años y nos deberíamos preparar para ello?

Desde luego que nos debemos preparar para otra epidemia. De este o de otro virus. Incluso uno violento de la gripe podría ser más temible. Pero que sea tan dañino como este no es lo normal. En toda la historia de la virología ha habido pandemias: la de 1918 mató a 40 millones de personas. Esta es la segunda fuerte. En resumen, sí deberíamos prepararnos. Si ha pasado, puede volver a pasar.

¿Por qué es tan fuerte y agresivo el actual?

Por su capacidad para infectar y no delatarse: mantener a la persona sin síntomas clínicos, de manera que esta se mueve y disemina el virus. Otro motivo no comprobado pero que se entrevé es que aunque induce una respuesta inmune, esta no es muy espectacular.

¿Esta crisis es una cura de humildad para la ciencia? Lo digo porque han existido diferentes vaivenes sobre el proceder del virus y su manera de afrontarlo.

No sé. Ya sabíamos que nuestro poder era limitado. En toda la Historia ha sido así: la peste, los ébola, la poliomelitis... Como virólogo no necesitaba que me dijeran que eran muy peligrosos y poderosos. Es una señal de la que debemos aprender mucho por la fuerza que ha tenido. Aprender que hemos de estar preparados porque estas pandemias no van a parar. Ha sido así y van a continuar. Ha habido más muertes por epidemias que en las dos guerras mundiales del siglo XX. Lo que ocurre es que nos olvidamos y no debemos hacerlo, ni gobiernos ni personas. Hay que continuar invirtiendo en posibles vacunas que sirvan para distintos patógenos y nos permitan una reacción rápida.

Pero si no tenemos tratamiento ni vacuna y el porcentaje de población sometida a test es bajo, ¿podemos decir que le estamos ganando la batalla a la covid-19?

De momento, parece que sí que se le puede ganar la batalla. En China el número de infectados ha sido tremendo, como la reacción de las autoridades, y parece que lo han controlado.

Existen dudas de la fiabilidad de los datos aportados.

Es de esperar. Entra en la parte política, como el comportamiento inicial de Donald Trump y Boris Johnson, que han tenido que cambiar. Pero, con todo, en Italia y España se está doblegando la curva y Japón y Corea están muy adelantados en el control. Si seguimos en España como vamos, lo reduciremos al mínimo, aunque no creo que se vaya a eliminar.

¿Cree que habrá rebrotes?

Sí. Un virus tan diseminado y con esa facilidad para ocultarse se convertirá en estacional, aunque estoy convencido de que las mutaciones también contribuirán a su atenuación.

Las mascarillas han llegado para quedarse entonces.

A corto y medio plazo, sí. El virus continuará evolucionando atenuado. Como otros. En la epidemia de 2012 el susto era mundial, pero apareció en noviembre y en abril del año siguiente se diagnosticó el último caso. El de ahora, como se están probando tantos antivirales y terapia génica a partir de plasma de recuperados y hay 150 vacunas en desarrollo (pocas llegarán al final), se podrá controlar. Todo pasa, aunque algo queda.

¿Entonces estamos en situación de abrir la mano al confinamiento o nos podemos arrepentir?

El Gobierno está haciendo una desescalada con mucha prudencia, repartida en el tiempo por si hay que volver atrás y no se están desmontando hospitales de emergencia. Si rebrota en alguna provincia procuraremos que no pase a otra. Se está muy encima y, francamente, creo que el Gobierno lo está haciendo bien. La evolución del virus está siendo muy razonable. Todo puede ser siempre mejor, pero a toro pasado se sabe lo que había que haber hecho. ¡Yo también he pensado al ver algún premio Nobel que el descubrimiento lo podía haber hecho yo!

¿El vaivén con los datos no complica los avances?

No. Lo que pasa es que según se mejora el método de detección el número de contagiados es mayor. Está admitido mundialmente entre epidemiólogos que el número de casos declarados en cualquier epidemia hay que multiplicarlo por 8 o 10 para obtener la cifra de casos reales. Siempre se detecta a los que piden ayuda médica, no a los demás. Cuando hagan los test de anticuerpos, que no necesitan que el virus esté allí, los datos serán más fiables. En todo caso, el Gobierno da los datos que le reportan las autonomías y hay de todos los colores políticos.

¿Entonces ve viable que estemos en la nueva normalidad, que se acaben parte de las restricciones, a finales de junio?

Mi predicción personal fue que esto bajaría en junio o julio y las cosas van a estar por ahí. En China han abierto ya bastante. Han tenido problemas en alguna ciudad, pero eso es de esperar y va a pasar en Alemania, Italia o España: que haya rebrotes.

¿Cómo vislumbra la nueva normalidad, muy diferente a la vieja? ¿Nos va a dejar muchas marcas esta pandemia?

Creo que sí, pero en la vida moderna prima mucho la economía y si bien ahora la gente está muy sensibilizada en que el aforo de los locales se ha de reducir, ya veremos en agosto cómo están las playas y los campos de fútbol. Pero el golpe ha sido muy fuerte, tenemos que cambiar mucho nuestra filosofía y tomar muchas precauciones que ahora no tenemos, pero ya vimos lo que sucedió el domingo pasado en los jardines.

Habrá que ver si la identidad cultural mediterránea está amenazada. Una manera secular de sentir la vida: abierta, compartida y en la calle. Una expresión serían las Fallas. «He ido a menudo, me gustan, recuerdo la plaza del Ayuntamiento sin poder andar y no sé cómo lo vamos a remediar, no va a ser fácil. Habrá que cerrar zonas y hacer algo como en la Puerta del Sol de Madrid en Nochevieja, con un aforo de seguridad. Algo así se tendrá que implementar en todas partes, va a ser un golpe económico», reflexiona.

¿Sabe quién o qué país conseguirá la primera vacuna?

Una cosa es quién la consiga primero. Otra, quién logre llevarla al mercado antes. La parte científica es lo que menos costo tiene y, con frecuencia, la más rápida. Luego está el desarrollo para producirla en gran cantidad y la fabricación y distribución, que cuestan mucho. Ahí tienen un gran impacto las multinacionales o los gobiernos, como el de EE UU, que tienen departamentos que trabajan junto con empresas poderosas.

Al final alguien hará negocio, vamos.

Sí. Las multinacionales serán de las primeras, pero chinos, americanos y alemanes están haciendo las suyas también. El tiempo pondrá a cada una en su sitio y esperemos que se perpetúen las que tienen un equilibrio entre coste, seguridad y eficacia.

No paramos de hablar estos días de la nueva normalidad y los cambios que traerá, pero no sé si internet y la revolución digital supuso más cambio que el que nos espera ahora.

Yo creo que esto va a empujar mucho los medios de comunicación e internet, que ya está desmadrada... Toda la gente, incluido mayores, se va a comunicar mucho más por estas vías telemáticas. Y todo lo demás que está asociado...

¿Su concepto de felicidad ha cambiado mucho en el último año, antes y después de la pandemia?

Mucho, no, porque los virólogos tenemos metido en la cabeza que estas cosas pueden pasar. La vida de un científico, al menos la mía, es de mucho esfuerzo durante muchos años. Ahora tenemos una presión increíble, pero uno lo hace porque quiere.

¿Y después de tantos años uno se inmuniza al dolor?

Más bien el dolor también inmuniza. Si pensamos en los países pobres o en la gente pobre de nuestro país nos tenemos que considerar unos privilegiados, pero las personas son muy distintas, con batallas y respuestas diferentes.