Se puede decir que soy un hombre viejo, pero aún sigo creyendo en valores que, afortunadamente, siguen vivos como son la justicia, la honestidad, el trabajo y la libertad. Pero sin embargo, me preocupa la pérdida de otros como pueden ser los de la dignidad, las formas y el esfuerzo.

Hace casi ocho años me jubilé de mi cátedra del instituto Francisco Ribalta. En mi último curso de ejercicio profesional, me encontré, en un tercer curso de ESO, con una alumna que era una pésima estudiante, irrespetuosa y altanera. Llevado aún de cierto afán apostólico profesional, intenté dialogar con ella, haciéndola reflexionar sobre la necesidad de trabajar para alcanzar alguna meta en la vida. Su respuesta me dejó estupefacto: Sin dudar, me dijo que quería ser Belén Esteban. Aún aumentó más mi estupefacción cuando lancé una pregunta a toda la clase. ¿Quién sabe quién es Severo Ochoa?, pregunté. Nadie me respondió. Cuando la pregunta se hizo en relación a Belén Esteban la respuesta fue unánime a favor del “producto televisivo”. De inmediato les dije que Ochoa era un premio Nobel español que era uno de los que más habían contribuido a descubrir sistemas de curación del cáncer. Les tuvo igual.

Item más. El otro día, leí en internet que en uno de esos programas de reality show pagan fortunas astronómicas a otro de esos tipos que no tiene en su currículum más méritos que el engaño, la desfachatez y el descaro y que en cuatro años, solo aprobó tres asignaturas de la carrera de Derecho. El conocido como el pequeño Nicolás. ¿A dónde vamos? En mi bachillerato aprendí estos versos de Lope de Vega: “Porque como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto”. H