Por cuestiones laborales, literarias y de ocio he tenido que viajar bastante durante los últimos días. Me he acercado varias veces a Madrid, a Barcelona, a Nimes y hasta a París. Como no vuelo nunca, pues tomé esa decisión tras embarcar 17 veces con destinos de lo más variado, he de viajar siempre en barco, coche o tren.

El caso es que tras subir una docena de veces a los trenes de alta velocidad, española y francesa, en tan corto espacio de tiempo, he de confesar que ando algo preocupado. La línea que conecta València y Madrid tiembla que da gusto. Es imposible escribir en el ordenador o en el móvil sin que el dedo acabe tocando varias teclas que nadie había invitado a la fiesta.

Tras comentar esta incidencia con un buen amigo de la capital del reino que conoce a casi todos los ingenieros de la negra piel de toro, me quedé estupefacto pues ya hay quien afirma que la línea que conecta los madriles con Levante carece del mantenimiento necesario. Y que esos temblores acabarán mal. Muy mal.

Para un adicto al tren como yo, era mal rollito que la línea ferroviaria más importante de los valencianos sea objeto de este tipo de comentarios. Muy mal rollo.

Ojalá todo esto no sean más que historias de taberna. Rumores sin sentido. Pero la verdad es que el Ave Madrid-València tremola. No tiembla. Tremola. Y lo hace más que la baticao. A veces resulta complicado incluso tomar un café en el vagón restaurante. A veces hasta leer el diario se convierte en una actividad de riesgo. Esperemos que no pase nada.

*Escritor