El impacto de la tecnología sobre la democracia no ha podido ser más nefasto. Por si la corrupción y la creciente desigualdad, junto a la austeridad y la pérdida de los derechos sociales y económicos, ya no eran suficientes, ahora se les une el poder de las redes. Hubo un momento que muchos creyeron ver en internet la realización de una utopía: la información libre y gratuita, sin barreras, con acceso universal. Hoy somos esclavos de una tecnología que ha convertido, nos recuerda el sociólogo R. Sennett, la gratuidad en la nueva forma de explotación.

Es la democracia la que ha salido peor parada, porque es el único régimen político que apoya su poder en la palabra, en la información necesaria para saber qué queremos y cómo queremos conseguirlo. Son las razones las que nos permiten buscar una solución común a nuestros problemas, no la violencia o las imposiciones dogmáticas. Ahora bien, cómo entender, cómo conversar, si toda la información está manipulada, si los propios medios y las redes no son de fiar. Todo tipo de rumores, de mentiras, inundan las redes, de tal forma que casi nadie piensa ya que exista una cosa llamada verdad o, simplemente, una realidad común.

Y en esta mar revuelta siempre ganan los mismos. Quienes sufren las consecuencias de esta manipulación sí saben que algo anda mal. Quienes no pueden llegar a fin de mes, quienes ya han olvidado que son personas y no cosas, quienes no pueden vender ni sus datos, saben que lo que ocurre no es justo, que la democracia les ha fallado. ¿A quién creen ustedes que votarán?

*Catedrático de Ética