Adrián es un niño de ocho años que quiere ser torero. Ayer viernes, en la ganadería castellonense de Germán Vidal dio sus primeros muletazos a una becerra, algo que recordará para siempre como uno de los momentos más felices de su vida. Es el primer paso para los que sueñan convertirse algún día en figuras del toreo. Y Adrián quiere serlo, como tantos y tantos chavales de su edad que se imantan de esta vocación. Pero Adrián no es uno más de esos cientos.

Un simple dolor de pierna tras un partido de fútbol, pruebas, análisis y un diagnóstico para el que nunca se está preparado. Hace poco que lleva lidiando con ese toro fiero y traicionero del cáncer. Y lo hace con ese valor sereno, natural e innato de los toreros, el mismo que rezumó ayer ante la vaca de Germán para plantar cara a la vida y a su enfermedad con las agallas de un héroe de carne y hueso. Precisamente son sus huesos lo que devora ese maldito tumor que tiene nombre y apellidos: sarcoma de Ewing, al que ayer, una vez más, le ganó un nuevo pulso al sacar fuerzas para sujetar su muletita y sentir por primera vez la embestida de ese animal por el que asegura que sería capaz de morir. Así se lo confesó a su padre tras superar una dura intervención: «Papá, después de esto, me da igual morir en la plaza». Así de duro.

«Adrián quiere ser figura cueste lo que cueste», confiesa su padre Eduardo Hinojosa, que ayer acompañó y apoyó a su hijo en un día tan especial. «Su primer objetivo es curarse y después, cuando se salve el hombre, crecerá el torero», explica Eduardo, quien desvela el secreto de tanto optimismo: «El mejor espejo de mi hijo son los toreros, su constancia, su capacidad de sacrificio, su fe, el valor con el que afrontan las cosas». Ayer tuvo a dos toreros arropándole en todo momento: Soler Lázaro y su hijo Vicente Soler. Atentos y prestos al quite, al igual que todos los muchachos de la Escuela Taurina, que ayer fueron todo un ejemplo de compañerismo y solidaridad. Para que luego pongan en duda los valores del toreo.

Y es que a solidaridad, pocos superan al toreo. El pasado octubre, la familia taurina se volcó con Adrián en un festival cuyos beneficios recaudados fueron destinados a la Fundación Oncohematología Infantil. Aquel gesto, junto al afán de lucha de Adrián por curarse y ser torero, sacó el lado más vomitivo de ciertos personajes que llegaron a desearle la muerte bajo el argumento anti, suscitando polémica en redes y medios de comunicación. «Papá, eso es que me tienen envidia», aseguró emulando el pase del desdén. Y se puso la enfermedad por montera para enfrentarse en el ruedo del hospital a ese toro negro siendo fiel a un lema: «Todo lo que puedas imaginar es real».

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