Transcurría este 2016 entre el sopor y el hastío que provoca el interminable proceso de formación de un gobierno junto a quimeras secesionistas y corrupciones varias, que por habituales ya ni nos sorprenden, cuando un estallido nos ha sacado del letargo y nos ha sumergido en una pesadilla.

Los terroristas asesinos lo han vuelto a hacer y de nuevo en el corazón de Europa, en este caso en la capital de la Unión Europea que cuenta, además, con una de las mayores comunidades musulmanas de Europa, el 25% de su población, en su mayor parte residente en el barrio cuna de los terroristas que han perpetrado los últimos atentados: Molenbeek.

Según declaraciones del primer ministro belga, Charles Michel, la probabilidad de que se produjese un atentado era alta y se habían extremado las medidas de seguridad; a pesar de ello no ha sido posible evitar la tragedia. Y es que resulta complicado mantener un nivel de seguridad elevado cuando la comunidad musulmana en Bruselas se encuentra dispersa y la estructura de autoridad fragmentada en 19 distritos con 19 alcaldes y seis departamentos de policía diferentes, por lo que la coordinación supone en algún caso un escollo insalvable.

En cualquier caso, estamos ante otro acto de barbarie que los estados civilizados se han apresurado a condenar apelando a la unidad para luchar contra el terror. Sin embargo, me temo que en esta ocasión otro Je suis Bruxelles no va a ser suficiente; los ciudadanos, víctimas inocentes de esta guerra, reclaman medidas más contundentes. Basta un recorrido por las redes sociales o repasar los comentarios de los lectores en la prensa digital para comprender que se palpa una tensión creciente y que, si no se le da una respuesta adecuada y mesurada, corre el peligro de explotar. H