A veces releo La República de Platón, libro VII, en el que hay un ámbito de apariencia y otro de realidad. Unos prisioneros están en una caverna y solo perciben un mundo de sombras de quienes pasan por el exterior con lo cual desconocen la realidad y confunden su mundo con el otro, el verdadero. Hoy, algunos, ante las aparentes realidades que se nos presentan, confunden su vida en la caverna, sin salir de ella, con lo que ocurre en la realidad. Oyen los reproches mutuos, que me recuerdan aquellos que mencionaba Erasmo: «se apuñalan unos a otros con plumas cargadas con la tinta de la malevolencia (...) lanzan el dardo de su lengua contra la reputación de su contrincante». («El infierno son los otros» añadiría más tarde Sartre). Y, una vez más, el prisionero --el ciudadano-- se sume en la desconsoladora confusión que puede llevarle a creer en la feliz utopía o en la desventurada distopía, ambas pura ficción, pero no en la apariencia, sino en la realidad.

Frente a la cooperación nos aparece el conflicto, frente al diálogo, la confrontación. Así no hay manera de que los habitantes de la caverna salgan liberados en su percepción de la realidad que, para ellos, sin sospecharlo, es apariencia. Se olvida cuanto decía Ortega al respecto: «la civilización es, por encima de todo, la voluntad de vivir en comunidad». Y esa es una carencia que observamos en la vida real.

*Profesor