He sido maestro durante 35 años.

Ahora, al mirar hacia atrás y ver el nivel profesional al que han llegado muchos de mis discípulos, me siento invadido por una honda y sincera satisfacción que, de pura emoción, en muchas ocasiones, hace que las lágrimas afloren a mis párpados. Será cosa de la vejez, sin duda, pero también resultado de justipreciar aquella frase de Cicerón: “Si quieres aprender, enseña”. Creo, honestamente, que lo que yo he aprendido, y aprendo, de ellos es mucho más que lo que ellos aprendieron de mí.

La semana pasada, recibí un correo electrónico de una excepcional alumna que es Angélica Sos Alcacer (sobrina nieta de mi inolvidable amigo y admirado científico Vicente Sos Baynat) en el que me significaba que una pintura suya había quedado finalista en el prestigioso concurso de arte de la fundación Vila Casas de Barcelona, que se fallará el próximo mes de septiembre.

Angélica, que obtuvo en Francia los títulos de arquitecto e ingeniero de Caminos, lleva en los genes el arte, pues el hermano de don Vicente Sos era un más que regular pintor. Pero no quiero fijarme ni en su afición ni en su herencia biológica, quiero fijarme en su actitud responsable que la lleva, para incrementar su formación plástica, a estudiar en Barcelona, donde reside profesionalmente, la carrera de Bellas Artes, que ya casi está concluyendo.

Toda una lección. ¡Cómo no he de aprender de mis alumnos! H