Acabo de leer en una revista de Cruz Roja el caso de una joven, Celia, que salvó la vida de un anciano inglés quien en plena calle sufrió un infarto y al que aplicó los primeros auxilios aprendidos recientemente en aquella institución. De no ser por ella el señor Haydn, que así se llamaba, no estaría ahora paseando tranquilamente por las calles. ¿Saben lo que esto significa? Claro.

Uno, que ha vivido bastante (no lo bastante, quizá), se ha encontrado con accidentes en la carretera o en cualquier lugar contemplando pasivamente a enfermos o heridos, rodeados de gente, sin saber qué hacer. Unas simples maniobras de reanimación podían haber salvado vidas, pero la pasividad sirve de poco. Y, lo peor, un movimiento erróneo puede acarrear la muerte o la incapacidad de la víctima como hemos visto en alguna ocasión.

UNO, ES VERDAD no puede aprenderlo todo en la escuela, pero creo que hay prioridades: entre aprender a salvar una vida o conocer la familia de las cucurbitáceas, pongamos por caso, la diferencia es obvia, sin desprecio por la botánica, ¡Dios me libre! Una cosa no impide la otra. Educar para la vida, sin pretender ser especialista en todo, es una obligación moral, entiendo yo. Y aprender para vivir, una necesidad.

HAY COSAS ausentes en nuestros planes de enseñanza que deberían incorporarse para bien del conjunto de la sociedad. No hay tiempo, hay exceso de disciplinas, se dirá, y es bien cierto. Pero una vida es siempre una vida.

*Profesor