Quien con fuego juega, se quema. Un refrán muy nuestro que explica a la perfección qué ha pasado en el Reino Unido con el brexit. En esta columna llevamos mucho tiempo avisando de los peligros del populismo, de manipular las emociones como forma de hacer política.

El político responsable de tal pifia se irá a su casa con un buen retiro, pero la historia nos muestra que el recurso al miedo, al odio y al rencor, acaba volviéndose contra quienes se dejan instrumentalizar, contra quienes menos tienen y piensan que así solucionarán su situación. El día después los defensores de la salida reconocían que nada de lo que dijeron era verdad, que no pueden cumplir lo prometido. Lo más sobrecogedor es la llamada desesperada de la juventud británica que sabe y manifiesta que les han robado el futuro. ¡Precisamente sus mayores!

Pero este populismo xenófobo tiene un buen caldo de cultivo, no surge de la nada. Se aprovecha de una Unión Europea que solamente es un simple mercado en manos de los fondos de inversión, que está impidiendo cualquier desarrollo que no cumpla las reglas de la austeridad y del “primero los que más tienen, después, ya veremos”. Pero solo vemos el aumento de la pobreza y la precariedad. ¡Qué fácil es entonces proyectar la culpa en los demás!

¡Pobre Europa, pobre democracia! El populismo se asienta en una realidad: la democracia funciona mal. Los que votan no tienen poder y el poder real está fuera de los votos, como muy bien muestran las actuales políticas económicas. “Hacer los deberes”, así pretenden justificar nuestros políticos tanta injusticia.

Los ingleses ya se están arrepintiendo. ¿Cuándo tardaremos nosotros en hacerlo? H