Es más que un belén viviente. Incluso más que un drama sacro para los creyentes. Es una institución y cita obligada para los castellonenses en los días previos a la Navidad. Ayer se representaron dos de las puestas en escena programadas (la tercera será hoy a las 20.00 horas). Es el auto sacramental sobre el Nacimiento de Cristo de la iglesia de San José Obrero y de la obra social de los Mercedarios, orden religiosa que está a cargo de una parroquia que durante todo el año es baluarte de fe, iniciativas, testimonio y juventud.

Una representación con solera, madurada a lo largo de 20 años de ilusiones, magia y entusiasmo desbordante. Este año, con la colaboración del Ayuntamiento de Castellón, la Fundación Dávalos-Fletcher y la Diputación provincial. La iniciativa «surgió en 1996, con la motivación de dar una catequesis, para que los vecinos del barrio interactuaran en la parroquia y se sintieran partícipes del misterio de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo», como señala Alejandro Mañas, portavoz de la organización y autor, además, junto al artista fallero Santiago Soro, de los preciosos decorados de la representación.

Pero el belén viviente de San José Obrero nació para quedarse «y fue creciendo en número de participantes y visitantes, con una adaptación de los textos evangélicos y la música del Coro Bethsaida, agrupación parroquial cuyos cánticos de paz llegan a la gente, hacen vibrar al público», indica.

Coordinación perfecta

Paco Sanz y José Edo son los encargados de coordinar el trabajo, junto a un equipo de 14 responsables que se encargan de los 92 actores amateurs, 52 personas que ambientan musicalmente la representación y 42 operarios de tramoya, vestuario, maquillaje, montaje, escenografía y decorados. Son las cifras de una producción que ya cuenta con el premio Onda Cero.

Paco Sanz, codirector de la obra, recuerda que «el verdadero misterio que rodea a esta representación es ver a tanta gente colaborando y ensayando durante meses para ofrecer a toda la comunidad parroquial, al barrio y a todo Castellón, un belén viviente que siempre sorprende». Un montaje en el que el templo se convierte en luz, fantasía y piedad.

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