Por deformación profesional tiende uno a ver simbolismos y significados en acontecimientos, actos, etc. Y ahora que estamos en plenas fechas navideñas también ante la presencia de esos artísticos y, a veces, complejos belenes que un amigo me ha mostrado, medité mientras contemplaba la belleza de su construcción sobre el simbolismo que encierra y que queda diluido en la mirada superficial del espectador.

Se dice que el primer belén de la historia fue realizado por Francisco de Asís en Greccio en el año 1223 protagonizado por los creyentes con un objetivo muy claro: catequizar a la gente, ver y ver correctamente como decía el santo. Sembrar la alegría, la oración y el agradecimiento. Desde entonces la historia ha ido mostrando la costumbre de montar los belenes en la Navidad, desde los más sencillos hasta los extremadamente sofisticados. El problema es que estos últimos han incorporado figuras que poco tienen que ver con los personajes que históricamente pertenecían al Nacimiento. Desde la sencillez originaria se ha pasado a llenar el espacio con personajes populares ajenos al acontecimiento.

¿Cómo aquella sencillez ha desembocado en este consumismo generalizado y exagerado? Lo estamos viendo y sorprende la contradicción, pero es así.

Sin embargo, en otros aspectos la Navidad recuerda sus orígenes y es festejada con especial énfasis bajo diversas manifestaciones. La propia misa del gallo sigue congregando a bastantes fieles. Y todavía muchos la festejan en su justo valor, contraponiéndose al creciente consumismo.

*Profesor