La cultura nos envuelve y la encontramos, aun sin buscar, en cualquier parte. Hace unos días escuché la radio yendo en coche y me encontré con una entrevista a un señor muy enterado, eso es cierto, cuyo nombre ignoro porque la conversación terminaba, pero me dio tiempo a reflexionar el resto del viaje y retomar la cuestión ahora, en casa, frente al ordenador y la columnita de los miércoles. Verán.

Se trataba, por lo visto, de un tema relacionado con el leguaje gastronómico, metáforas o metonimias relacionadas con la comida y expresiones afines a ella. Una verdadera sesión gramatical. La última palabra que escuché fue el refrán con el que encabezamos esta columna: A buen hambre no hay pan duro. Y recordé entonces la riqueza del vocabulario de los clásicos en tantas obras que nos deleitan con refranes o frases.

Y comencé a recordar este peculiar lenguaje gastronómico: ¿hay algo más largo que un día sin pan? ¿O ponerse rojo como un tomate, ser pan comido, ser la pera, o comer como un rey …? También se echa mano de la comida para ciertos improperios: tener mala uva, tener mala leche, mandar a uno a freír espárragos, ser un chorizo, importar a uno un pimiento… O, por el contrario, consolarse con aquello de si no hay pan buenas son tortas. O permitirse dar calabaza. Y buenos consejos: de grandes cenas están las sepulturas llenas. Pero, eso, sí, a la taula i al llit, al primer crit.

*Profesor