Cuando preguntamos qué significa ética, la respuesta más intuitiva es «hacer las cosas bien». Que la ética pueda llegar a convertirse en un activo para la hostelería y para el resto de agentes que conforman la actividad turística, cuesta a veces de entender. Mucha gente piensa que la ética se dedica solo a decirnos lo que no debemos hacer, lo que está mal. De acuerdo, esa es también su función, pero no la principal. Actuar de acuerdo a lo que se espera de nosotros es el generador más importante de credibilidad, de reputación y, en suma, de confianza. En un sector tan complejo e importante como el turismo, ignorar esta confianza, este recurso disponible e inagotable, es, sencillamente, un pasivo que nos arrastra al peor turismo posible, al de la explotación laboral, la destrucción de nuestros recursos naturales y, al final, a la turismofobia. Si nos tomamos en serio la ética, no puede dejar de ser una apuesta rentable.

Hacer las cosas bien es eficaz siempre y cuando el beneficio que se obtenga de la actividad turística no sea solo para algunos, sino para todos los implicados y afectados por la actividad turística. ¿Qué ocurre con los salarios y las condiciones laborales? ¿con los vecinos que sufren las consecuencias de la mercantilización de los espacios públicos? ¿con la destrucción de nuestros parajes naturales? No basta con firmar un código ético, es papel mojado, peor aún, un disfraz para ocultar la injusticia, si no se demuestra el cumplimiento de los compromisos adquiridos. Hay que hacer lo que se dice, pero también decir lo que se hace.

*Catedrático de Ética