Uno de los retos más importantes que deberá afrontar sin duda el nuevo gobierno es el proceso separatista iniciado en Cataluña cuyas consecuencias están siendo tremendamente negativas.

“Catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña, y quiere serlo”. Esta definición de ciudadanía catalana, atribuida a Jordi Pujol y vigente para el actual Govern, destaca una voluntad explícita cuya única forma de manifestarse parece que es comulgando con los postulados independentistas.

Los catalanes que no apoyan el independentismo, que son la mayoría, son considerados, por tanto, como ciudadanos residentes en Cataluña y los que más dañada están viendo su calidad de vida, al ser ignorados por el actual Govern que solo gobierna con la vista puesta en el procés.

Únicamente desde esta perspectiva se puede entender que un gobierno subvencione a editoriales que publican libros con listas de “malos catalanes” a los que califica de “esclavistas, colonizadores, colaboracionistas y genocidas”; entre ellos, Albert Boadella, Josep Borrell o Carme Chacón.

O que de manera “espontánea” aparezca un manifiesto firmado por un grupo de catedráticos, escritores premios de Honor de las Letras Catalanas, o expolíticos en el que abogan por la eliminación del castellano en Cataluña.

Hace casi 130 años surgió en Alemania una corriente ideológica denominada pangermanismo cuyo máximo exponente fue el filósofo inglés H.S. Chamberlain, que defendía la conservación de la cultura alemana mediante el control férreo de “elementos extraños”. Un paralelismo inquietante este tipo de ideologías utilizadas y explotadas de manera perversa nos dirigen hacia caminos que es mejor no recorrer. H