Nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, dice el refrán, y nos acordamos de la fuerza de la naturaleza cuando se manifiesta ostensiblemente como con el calor de junio y julio. «El calor pone en jaque a 48 poblaciones de la Comunitat valenciana» leíamos en la prensa; 37º, 40,6º, alerta amarilla, 67 años sin este calor, pavorosos incendios, etc. El calor ha sido noticia en esta tierra y en otras españolas. En este mes pasado cualquier encuentro ha sido propicio para hablar de lo mismo: en el ascensor, con ese vecino que apenas conoces, en la tienda, en la calle, en el bar se repetía la frase como un cansino mantra. «¡Qué calor hace!», repetíamos sin cesar. Y, al final, uno se lo creía a pies juntillas, pues cuando todo el mundo lo dice, verdad será; la opinión, a veces, cuenta más que los hechos, aunque en este caso coincidían.

Y es que, en ocasiones, olvidamos lo poco que somos y lo mucho que es la potencia de las fuerzas naturales y que no podemos controlar. En algunas parcelas hemos domesticado a la naturaleza, pero en otras muchas esta ha resultado indómita. Una simple canícula u ola de calor ha provocado de problemas de todo tipo: energéticos, de salud (hipertermia), laborales, etc. Aparte, el desasosiego general, el cansancio generado. No somos nada. Si nos consuela, Leonardo da Vinci decía: «Donde hay vida hay calor»… pero no tanto, decimos nosotros.

*Profesor