La semana pasada en el salón de sesiones del Ayuntamiento de Castellón se celebró la ceremonia de hermanamiento con la ciudad de Lleida, que tuvo un carácter entrañable al tiempo que solemne. Las razones históricas de esta decisión, acogida con especial cordialidad por ambos consistorios, las expuso, con palmaria realidad por cuanto hace a los referentes históricos, el vicealcalde Enric Nomdedéu, principal adalid de este vínculo, en su parlamento de justificación.

Las relaciones entre la ciudad de Castellón y la de Lleida tienen una profunda base, dado que el “privilegio de traslado” que hizo nacer la ciudad de Castellón, se fue firmado en Lleida el 8 de septiembre de 1251, por el rey Jaime I. Por otro lado, la geonimia demuestra claramente que la mayoría de los primeros pobladores emigrados a la nueva villa fueron de origen ilerdense, algo que aún hoy se ve muy determinado en las similitudes de acento en el habla de las dos ciudades.

Fue especialmente revelador y simpático oír a la teniente de alcalde ilerdense, la profesora Montserrat Parra, llevar a cabo su discurso de aceptación del hermanamiento, como si fuera una nativa castellonense. La situación me llevó a recordar mis tiempos de asistencia, como joven crítico, al Liceu de Barcelona. La vieja taquillera del teatro de las Ramblas, --sin duda una reliquia humana del coliseo operístico, que me facilitaba mi billete de entrada como periodista-- al oírme hablar, me preguntó en su acento barcelonés: “Ai, que vostè es de Lleida?”. “No senyora, --le contesté yo con una sonrisa-- soc de Castelló de la Plana”. H