La naranja no es, ni de lejos, lo que fue en la provincia... y probablemente ya no lo será nunca. Una muestra está en la capital de la Plana, que ya no cuenta con ninguna cooperativa citrícola, después de la caída de la última. El cierre de la Sociedad de exportación número 3 de la Cooperativa San Isidro de Castellón, popularmente conocida como Casi 3, y la venta de sus activos (esencialmente la nave y su maquinaria) a Agronostrum, un comercio privado, cerró el verano pasado un capítulo en la agricultura de la ciudad. Una época que llegó a ser gloriosa, con seis cooperativas naranjeras y una decena de comercios privados, en manos de familias ilustres castellonenses, allá por la década de los 70, cuando Castellón y la Comunitat copaban la producción mundial de cítricos.

«Más o menos cinco mil socios» se agrupaban en las cuatro Casi y en las cooperativas El Litoral y Cocicas, recuerda César Roures, con toda una vida vinculada al sector agrario de la capital de la Plana. Eso fue así hasta los años 80, cuando la naranja «comenzó a perder rentabilidad». Hasta entonces, Castellón había sido el oasis de España, «con rentas europeas» gracias al cultivo y exportación de naranja. «En los años 70 la citricultura ocupaba el 95% de los campos; no había un palmo de tierra abandonada», rememora Roures, despues de que, a partir de 1968, el cultivo del arroz quedase abandonado por completo al no poder ser mecanizado.

Pero, a partir de las crisis naranjeras (la de las satsumas se produjo en 1985, la de las navel en 1990 y la tristeza hizo estragos poco después) y, sobre todo, con la implantación del riego localizado de alta frecuencia, que posibilitó que el cultivo de cítricos se extendiese a zonas donde antes no era posible por la falta de agua, como Andalucía, llegó el declive.

Las cooperativas se fueron fusionando para buscar su viabilidad e incluso buscaron vías de ingresos externos, como trabajos para empresas frutícolas de fuera de la provincia (así lo intentó la Casi 3 hace un par de años), pero todo fue en vano. Entre los apenas 200 socios (la mayoría de Castellón y Almassora) con que cerró la entidad (en su momento de máximo esplendor contó con 800) hay quien decidió integrarse en otras cooperativas o seguir como agricultor libre, «pero casi la mitad ha abandonado el huerto, lo ha vendido o arrendado», sentencia Roures.

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