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Nuestro ciclo navideño comprende 12 días mágicos desde el Nacimiento hasta los Reyes Magos; y estamos ahora pasando ya el ecuador con el Año Nuevo que acabamos de celebrar. Cada hito tiene su encanto y entrañable significado casi universal. Fue Julio César quien estableció este último, el día 1 de enero del año 47 a. de C., y lo corroboró el calendario gregoriano en el siglo XVI.

El Nacimiento es celebración que ya aparece en los primeros siglos de la historia del cristianismo y se fijó el 25 de diciembre. Dice Lucas a los pastores, gente humilde: «Os ha nacido hoy en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor». La conmemoración ha sufrido transformaciones, pero no sustanciales. Prosiguen los deseos de buena voluntad, compasión y celebración familiar. La Misa del Gallo, villancicos, árboles y belenes conforman un perfecto escenario para despertar aquellos sentimientos. Pero, la Navidad, afianzada en el siglo XIX, está presente hasta la partida de los Reyes Magos.

El Año Viejo y el Nuevo (del primero nos solemos olvidar) participa de otros parámetros, más paganos. En su universalidad, diversas culturas han venido celebrándolo con rituales bien diferentes, según el país y con fechas distintas. Los ortodoxos, el 14 de enero; los musulmanes en enero-febrero; y los países sudamericanos originarios, en junio, con el solsticio. Célebre es la conmemoración china y el judaísmo (Cabeza de Año se denomina, como en valenciano, Cap d’Any).

Los rituales de Año Viejo y Nuevo son simbólicos, como la expulsión de los malos espíritus, demonios y brujas, la purificación, la presencia del fuego. Todo ello no exento de fiestas orgiásticas que crean un antimundo, un caos tras el cual se espera la calma. Y, sobre todo, un deseo secular de emprender una vida nueva. Desde los babilonios los buenos propósitos son proverbiales; otra cosa es su cumplimiento.

Pero el ciclo navideño prosigue con actos relevantes -inminentes-- como la los Reyes Magos, fueran reyes, magos o ambas cosas. Qué más da. En un mosaico de Rávena del siglo VI salen sus tres nombres, cuyo aspecto físico sufrió una lenta evolución, a tenor de la inspiración de los artistas. Sus regalos son conocidos: oro, símbolo de la realeza de Jesús; el incienso del Espíritu Santo; y la mirra para recordar la Pasión y Resurrección. Sus cuerpos reposan en la catedral de Colonia, del siglo XIII.

Los Reyes Magos han sido los portadores de una ilusión para los niños: regalos, juguetes, especialmente. Una costumbre que emerge, más formal, en el siglo XIX, con obsequios de utilidad como miel o golosinas, zapatos y ropa, o carbón; que pasan a otros más caros y sofisticados, previa carta. Y con un reciente competidor: Papá Noël.

Dentro de muy poco, la magia de los Reyes Magos, los buenos deseos del Año Nuevo y el recuerdo del Nacimiento establecerá una pauta o una tregua: habrá que esperar un año más para revivir todos estos acontecimientos que han intentado sembrar la humildad en los corazones humanos, la esperanza de un mundo mejor y la ilusión. Alguien dijo que un pueblo puede vivir sin pan, pero no sin ilusiones.