En el teatro clásico español el concepto de honor es con frecuencia el detonante del conflicto. Por el honor humillado o mancillado se enfrentan unos personajes a otros y tenemos espectáculo para rato. A veces se sacan incluso las espadas y muere gente.

La honra y la facilidad para desenvainar de los nobles españoles fue un tema tan constante y tan popular en esa época que se convirtió en una moda internacional, denominándose “comedia a la española”. Lo paradójico del tema es que a menudo este honor no es el del tío que se bate en duelo, sino el de algún otro, como su hija, su hermana o su esposa. Es decir, la posesión y el control de las mujeres llega hasta tal punto que lo que las afrenta a ellas, afrenta más a su dueño. Como ya soy mayor y hace mucho que aprobé mis estudios de Filología, puedo confesar que nunca he conectado con semejantes asuntos y que el uso y abuso del honor como único motor de las tramas me distancia y me desinteresa de muchos textos del siglo de oro.

Llevamos unos cuantos días en los que asistimos con estupor a otra comedia a la española, la que protagonizan los líderes políticos. El concepto de humillación va de la mano del de honor, y no hay dos ideas que me parezcan más dañinas para la convivencia. Por ello me resulta aterrador que lo único que se les ocurra a las personas que los ciudadanos hemos votado para administrar los bienes comunes, para darnos las reglas de convivencia y organizar nuestro modo de subsistencia en estos tiempos tan complejos, sea que las propuestas de colaboración de los contrarios son “una humillación”. Como las mujeres del siglo de oro, nos jugamos demasiado para estar asistiendo a una comedia a nuestra costa. H