He dedicado esta columna en alguna ocasión, y con todo mi afecto, al instituto Francisco Ribalta del que fui alumno y profesor. Esa devoción por el centro se vio recompensada con el privilegio de pronunciar la «laudatio» en la ceremonia de entrega de la medalla de oro de la ciudad, que tuvo lugar el pasado viernes. Un acto que en su sencilla solemnidad, tuvo una enorme carga emotiva y de remembranzas para los numerosos espectadores, en su mayoría docentes, que abarrotaban el amplio patio central del edificio cultural Menador.

Coincidimos quienes hicimos uso de la palabra en la solemne celebración, en que el instituto era un icono referencial de la cultura, la educación y la formación intelectual de las jóvenes generaciones a lo largo de todo el siglo XX.

EN LA EVOCACIÓN no faltaron referencias a la historicista arquitectura del edificio, que imponía un reverencial respeto generando, además, en los docentes un legado de dignidad, de gloriosa tradición humanista y de pundonor profesional, del que fueron beneficiarios todos quienes se educaron en sus aulas, y ello desde las personalidades más relevantes a las más humildes, porque como dijo Confucio, «donde hay educación no hay distinción de clases».

Sin duda, por la ignorancia se desciende a la servidumbre y por la educación se asciende a la libertad. Cultura, conocimiento y libertad, razones más que solventes que justifican el galardón al que se ha hecho acreedor el centenario instituto castellonense.

*Cronista oficial de Castellón