Antes de las vacaciones dedicamos un par de columnas a pensar sobre las causas y consecuencias de la corrupción. Les invitaba a debatir qué puede hacer la ética para romper el círculo vicioso entre la desmoralización ciudadana y la corrupción. Pero no se preocupen, nuestro ínclito presidente del Gobierno tiene ya una fácil respuesta: ¡ignorarla! Gürtel, Púnica, Taula, Brugal, Palma Arena, etc., no han existido. Tampoco los cientos de casos de corrupción que han dejado a nuestra comunidad sin dinero y con la reputación por los suelos. Eso es historia pasada, algo que nada tiene que ver ni con su partido ni con él. Si alguien se atreve a denunciar esta situación es acusado de inquisidor.

Nuestro presidente ni dimite ni admite responsabilidad política alguna. Él a lo suyo: lo importante, repite, son los logros económicos que se están consiguiendo. Supongo que se referirá a los sueldos miserables que reciben millones de trabajadores en España, el sector turístico a la cabeza, al deterioro sanitario o a la falta de expectativas que lastra la ilusión y el futuro de nuestros jóvenes.

Pero este pleno ha dado más de sí. El siguiente número en este circo ya es el no va más: hay quienes pretenden justificar una república independiente porque están hartos de tanta corrupción, como si la deshonestidad y la desvergüenza fueran cosa de los demás, como si no hubieran hincado el diente en sus instituciones. La corrupción nada tiene que ver con fronteras o cambio de banderas. Parece que la mayoría de nuestros políticos nos toma por imbéciles. Esta sí es la razón principal de tanta corrupción.

*Catedrático de Ética