La vida puede pender de un hilo en cuestión de segundos y que la balanza se incline de un lado o del otro tal vez dependa de quién se cruce en el destino de uno. Hace unos días, un niño de 11 años de Nules se moría. Se desangraba y habría sucumbido de no ser por la determinante implicación de Rafa Arrufat, Héctor Galvis y Ernesto Hurtado, que se entregaron al máximo para cambiar el final de una historia que parecía escrita. Podría haber pasado a cualquiera. Salir de buena mañana de casa y encontrarse con una situación trágica en plena calle. Arrufat se iba de viaje cuando oyó los gritos de una mujer fuera de sí. Un niño, su hijo, estaba gravemente herido. Rafa no lo pensó dos veces. El instinto rigió sus reacciones. Se acercó al número 10 de la calle Mariano Huesa y se encontró ante un escenario crítico.

Con sus propias manos

Cuando vio la herida que el niño tenía en el brazo --había roto el cristal de la puerta del edificio de pisos donde vive tras un tropiezo--, supo que no era ninguna tontería. La adrenalina pudo haberle conducido por caminos muy diversos, pero lo llevó a pensar con nitidez. Un torniquete. Eso hay que hacer cuando se sangra de forma abundante. Pero, ¿cómo? ¿Con qué? No había tiempo. Presionó con fuerza con ambas manos por encima de la herida y comprobó que así dejaba de fluir la sangre. Adoptó una convicción: no iba a soltarlo bajo ningún pretexto.

En pocos minutos llegaron quienes siempre intervienen en primer lugar cuando se produce cualquier emergencia en un municipio, la Policía Local. Ernesto Hurtado y Héctor Galvis hacían un servicio en el colegio Pío XII. Sin saber qué se iban a encontrar, en el coche patrulla ya comentaron cómo hacer un torniquete táctico. Apenas unas semanas antes lo aprendieron en un curso.

Fue cuestión de segundos. Desempeñaron el papel que asumieron cuando se hicieron agentes, responder de forma eficiente para garantizar la seguridad de los ciudadanos. Ernesto --actual jefe-- coordinó el operativo. Héctor se quitó el cinturón del pantalón y detuvo la pérdida arterial. Solo entonces, Arrufat abandonó el lugar sin ser consciente todavía de lo trascendente de su papel.

Cuando llegó la ambulancia el niño permanecía aferrado a la vida por las manos de un policía que resta méritos a su intervención. Es su trabajo. Un trabajo que ejercen hombres y mujeres con los que uno se cruza a diario por la calle y que, en un chasquido, pueden convertirse en quienes marquen la diferencia entre la vida y la muerte.

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