El otro día me encontré por la calle con un quídam muy pesado, de cuyo nombre no quiero acordarme, que me estuvo dando la brasa, —léase la paliza, la vara o el peñazo como se dice ahora en la jerga ordinaria de la basca— durante casi tres cuartos de hora en primera persona. Antes, esta acción de propinarte una monserga callejera se llamaba dar el tostón, dar la lata o dar la tabarra, palabra esta última que me gusta más por lo bravío de la pronunciación de la doble erre entre vocales.

Hoy, eso de dar la tabarra está en desuso, sin embargo como ya he dicho que me cae simpática la palabra voy a hablar de ella. Su origen está, según refiere el Manitú en lexicografía y estudios etimológicos Joan Corominas, en un abejorro que se llama tábano o tabarro en muchas regiones, y que con su aleteo causa fastidiosas molestias.

Y que todo quede aquí, porque las picaduras del tabarro (bueno, en verdad de la tabarra, porque son las hembras las que chupan la sangre) son de las más dolorosas. No es extraño, la boca tiene unos apéndices en forma de cuchilla que no pican la piel, sino que la cortan. Y aún hay algo peor, son pertinaces y no desaparecen por más que el agredido intente acabar con ellos. Es decir, que aplicar a la acción de una persona insistente, plomiza, impertinente y molesta el calificativo de dar la tabarra no puede ser más oportuno. Reivindico su uso.

*Cronista oficial