La vida da muchas vueltas. Parece que nunca se puede estar seguro de nada. Cosas que creíais consolidadas resulta que no lo estaban tanto. Todo evoluciona y nuestra existencia también. Al fin se trata que ojalá sea, de un modo u otro, para mejor. Por ello son numerosas las ocasiones en las que tienes que despedirte de objetos, gentes y lugares, de amigos y amores, de cosas, costumbres o modos de vida. Y la más difícil la despedida de tu propia vida que esa sí es definitiva.

Es duro decir adiós a aquello o a aquellos que aprecias e incluso quieres. Son momentos complicados porque normalmente las despedidas van unidas al dolor. El elemento más determinante al respecto es la causa de ese adiós, según cuál sea esta y las circunstancias que rodeen el caso será más o menos doloroso. Puede ir desde la tragedia y desolación absoluta hasta el alivio, incluso algunas veces puede ser un mero hasta luego. Y se puede tener un recuerdo positivo que perdure.

Alguien dijo: «No llores porque terminó, sonríe porque ocurrió» y esa es una fantástica actitud para superar el fin de algo. Aunque también es cierto que algunas sonrisas encubren las lágrimas que están en el corazón. Puede ser un cambio ilusionante que suponga una oportunidad de crecer o de abandonar lo que te perjudica y abordar nuevas etapas más enriquecedoras. En todo caso hay que ser fuerte, adaptarse y tirar hacia delante. Todo tiene su principio y su final, es ley de vida, mejor aceptarla si no quieres engañarte. Todo es cíclico y si una puerta se cierra otra se abre para seguir camino, ese que solo tú puedes recorrer.

*Notario